Don Antonio Romo Gutiérrez, un anciano cerca de noventa años, nos hizo un relato, el cual según su padre don Salvador H. Romo les contaba cuando eran niños; lo que es una legendaria historia, que poco se conoce. En el siglo XVII había en la Villa de la Asunción de las Aguascalientes, varios mesones en donde llegaban los forasteros. Estos tenían apropiadas caballerizas, para hacer descansar las mulas, a las que también se atendía dándoles de comer y beber.
El mesón de ” Las Agapitas “, se encontraba en la calle del Reloj – ahora calle Juárez -, en el que atendían dos señoras, madre e hija de ese mismo nombre, haciendo otras labores los tres hijos de doña Agapita, José, Antonio y Salvador.
El trabajo era duro y lo que se ganaba poco, pero lo suficiente para ir sobreviviendo ” en una época difícil que todo era caro “. El mesón de ” Las Agapitas ” tenia fama de que era muy limpio y que la dueña se esmeraba para servir una buena comida a precios módicos. Pero a pesar de que nunca faltaban los huéspedes, la señora se las veía negras para vivir con cierto decoro. En una ocasión llego al mesón un hombre como de setenta años, era alto, con características de negroide ( muy moreno, pelo chino, cano, nariz chata y pómulos pronunciados ) pidió una habitación para el y un lugar para su jumento.
Doña Agapita lo vio con cierto temor, era difícil que un hombre de color anduviera por esa región, pero a su insistencia lo acepto. Pidió a su hijo José que le arriara a su asno al corral y ella le señalo su aposento. Por su vestimenta parecía un trabajador del campo; llevaba varias bolsas de mecate, rollos de papeles y una talega de cuero con una correa que le cruzaba el pecho.
Hablaba poco, no mas de lo necesario. Pasaron varios días y aquel hombre permanecía en el mesón, salía de su cuarto para lo mas indispensable, hacer sus alimentos y ver a su burro; lo acariciaba, le daba agua, de comer y regresaba a su aposento.
Así pasaron los meses, el “silencioso” como le llamaron era el mejor huésped, no reclamaba nada y semanalmente pagaba con monedas de oro, lo que le daba gran alegría a Doña Agapita, y a la vez temor de pensar que de donde sacaba tanto dinero aquel negro del que no sabia ni de donde venia ni a donde iba. Un día ” el silencioso ” no bajo a desayunar, lo que preocupo a la dueña del mesón y le dijo a José su hijo que fuera a ver que pasaba con el negro, que siempre era puntual a la hora de sus alimentos y le extrañaba no verlo en el comedor. José lo fue a buscar a su cuarto, encontrándolo gravemente enfermo. El pobre no levantaba la cabeza y se quejaba de un fuerte dolor en el estomago que le cortaba hasta la respiración.
El muchacho se preocupo, aviso a su madre, la que le aplico toda clase de remedios caseros, pero el negro cada día empeoraba, a grado tal que José al verlo tan delicado se convirtió e su enfermero. Después de una noche ” toledana “, en la que el negro se moría, casi habiendo perdido el conocimiento, tuvo un rato de lucidez y le dijo a José que le iba referir su historia, haciéndolo depositario tanto de su secreto como de sus bienes materiales que tenia el a su cuidado. Le dijo que desde muy joven sirvió a una familia de españoles que vivían en Zacatecas.
El señor se había hecho muy rico gracias a las minas de esa ciudad, amasando una gran fortuna. La ilusión de aquel hombre era regresar a su país y vivir en España como ” maharajá “, disfrutando del dinero que había logrado hacer en la Nueva España, para eso había trabajado como bestia desde niño. Pero no fue así, repentinamente falleció su esposa, quedándole solo un hijo, que había mandado a estudiar a España, el que era su única familia. Después de la muerte de su señora ” Mi patrón perdió la voluntad -dijo el negro- no quiso trabajar más y un día me dijo: después de mi hijo tu eres mi pariente más cercano, en el que depositó mi confianza ” y me habló de dejar Zacatecas, venirnos a esta villa, en donde guardaría su dinero.
Se regresó a su país, pero como no podía llevarse consigo todo el dinero, iba por algunos parientes lejanos, para que entre todos pudieran llevarse a España el caudal que había logrado hacer en México. Dijo el mozo del señor González que su patrón y él hicieron un escondite con sus propias manos por el Cerro de los Gallos, en donde escondieron el oro y la plata. ” Fue un trabajo de mucho tiempo, los realizábamos en la noche para que nadie se diera cuenta de lo que hacíamos. Una vez que lo terminamos y que me hizo el depositario del tesoro, nos despedimos con lágrimas en los ojos y después de darnos un abrazo de amigos, se fue mi patrón y yo, me quedé esperando su regreso “. El negro casi desfallecido le dijo a José que habían pasado muchísimos años día a día esperaba el regreso del señor González.
Que había vivido como ermitaño, muy cerca de aquel lugar vigilando como un verdadero centinela, pero su amo no había regresado. Le dijo al muchacho que de la fortuna del señor González solo había tomado lo indispensable para sobrevivir, como le había prometido a su patrón, y así pasó quien sabe cuanto tiempo.
Pero sentirse enfermo gravemente, pensó que lo mejor sería irse a vivir a Aguascalientes, y así llegó al mesón de ” Las Agapitas ” en donde fue recibido con afecto por los dueños de ese lugar. Le dijo el hombre a José que ahora, que el había sido tan generoso y bueno; que lo había cuidado con esmero, sabiendo que era un hombre de honor, le pasaba el encargo que le había hecho su patrón de cuidar su fortuna. Sabía que aquel caballero regresaría por ella.
Le pedía le dijera al señor González que hasta el último minuto de su vida le había sido fiel, y que solo la muerte había hecho romper su promesa. El hombre lo hizo jurar que cumpliría al pie de la letra su encargo, así que como él lo había hecho, tomara solo las monedas necesarias para vivir, sin extraer más de lo indispensable.
El negro -del que nunca se supo su nombre- le entregó al hijo mayor de doña Agapita y plano, igual al que se había llevado su amo, para que conociera el lugar y desde lejos, lo vigilara. Le regaló su burro y sus pocas pertenencias y ese día antes de la media noche, falleció el fiel mozo del señor González, depositario de su tesoro. Se le hizo un decoroso entierro a aquel hombre, que había dejado muchas monedas de oro en su talega. Y por varios días se habló de su paso por el mesón de ” Las Agapitas “. José estaba inquieto, a nadie habló del secreto del silencioso.
Por la noche se pasaba estudiando el plano que le dejó el negro y recordaba palabra por palabra de lo que le había dicho, pero no se atrevía a ir a investigar en donde estaba escondido aquel dinero. Un día dijo a su madre que iba a San Juan de los Lagos a pagar una manda, tomó el burro que le dio el negro así como el mapa y se fue…. Tenía que llegar a la falda del Cerro de los Gallos, dar vuelta al poniente hasta desembocar al río de San Pedro, subir por allí al Cerro, al llegar casi al a cumbre había una meseta, en donde encontraría un pino, a los 20 mts.
Tenía que encontrarse con una maleza y después una hilera de nopales, al terminarla, existía una grande etapa que tenía un tornillo de fierro, el que había que destornillar para quitar la tapa. Se tenía que bajar por ahí a un pequeño túnel, luego una puerta y al abrirla, una escalera que bajaba, al final se encontraban dos cuartos de un metro y medio cada uno, cerrados con puertas de fierro. Tenía la llave pegada, era una de bronce y otra de fierro en la pieza que abría la llave de bronce había monedas de oro, y en la de fierro de plata. Así mismo se guardaban barras de éstos dos metales, las que llegaban hasta el techo.
Al ver aquello José, se quiso volver loco. Nunca pensó que fuera cierto lo que dijo el negro. Volteaba para todos lados y le faltaban manos para coger aquellas piezas que brillaban como soles. Se llevo todas las monedas de oro que cupieron en su talega, y cargo al burro con barras de plata y oro. Paso a paso, pandeándose tanto el como su jumento, llegaron al mesón. El no dijo el secreto, solo que se había encontrado un entierro, que los sacaría de pobres…
El mesón de ” Las Agapitas ” se transformó, era casi un ” hotel ” de lujo, y tanto doña Agapita como su hija, se dedicaron a la vida social, teniendo servidumbre que se encargaba de las labores del mesón. Fue un cambio total en la vida de esa familia, que aunque pobres vivían muy felices. Les cambio la suerte, una ” lotería “, les había caído. Pero un día que José se encontraba con muchas copas de licor, eufórico y trastornado por el alcohol, les platico a sus hermanos, Antonio y Salvador el gran secreto del negro, del que el había sido depositario y que con sus propios ojos había constatado y que gracias a eso vivían como príncipes.
A los hermanos se les despertó la ambición, y al verlo borracho le sacaron toda la verdad, le robaron el plano, dispusieron una recua de mulas y sin mas tomaron para el Cerro de los Gallos. Pasaron los días y los jóvenes no regresaban, se preocupo su madre y le pregunto a José si no sabia algo de ellos; el joven recordó como un sueño lo que había sucedido hace algunos días, fue a buscar el plano y al no encontrarlo, platico a su madre el secreto del ” Silencioso ” que les había referido a sus hermanos. Salió desesperado a buscarlos y solo encontró a la recua de mulas, que regresaban al mesón, pero de los hermanos, ni su luz.
Jamás se volvió a saber de ellos. José quiso localizar el escondite, pero nunca dio con el, y cuenta la leyenda que perdió sus facultades mentales, habiendo muerto años después convertido en un verdadero ente. La tragedia de ” Las Agapitas “, se divulgó por toda la villa, a dos de sus hijos se los trago la tierra, nunca se supo en que forma habían muerto, solo que desaparecieron, para siempre. José se volvió loco, aparentemente sin motivo y doña Agapita y su hija un buen día amanecieron y no anochecieron, tomaron las de ” villa Diego “, pero ¿para donde?… muchos dijeron que a Guadalajara, otros que a Zacatecas y los mas a la capital de la Republica en donde nadie las conociera.