El 29 de agosto de 1737 hubo una misa entre los colonos y los militares que fundaron el nuevo presidio, que ayudaría a controlar a las tribus chichimecas del desierto coahuilense. Era el día de Santa Rosa de Lima, la primera santa del continente, de origen peruano. Por eso se le llamó así al presidio y a la comunidad, el virrey indicó que también debía honrarse a la virgen y de ahí se le llamó Santa Rosa María del Sacramento. El nombre se simplificó a Villa de Santa Rosa. En 1850 adquirió la denominación laica, en honor al militar, político, primer gobernador del Estado de México y presidente interino del país del 14 de agosto al 24 de diciembre de 1832, Melchor Múzquiz.
Desde 1925 Múzquiz obtuvo el estatus de ciudad. Como símbolo del prócer a quien debe el nombre, en la Plaza Hidalgo hay una estatua de bronce suya. En el otro extremo se yergue la Iglesia de Santa Rosa de Lima, que da fe del primer nombre. La iglesia es una sorpresa para quien ha venido conociendo las austeras edificaciones religiosas del noreste del país, este templo se atreve al esplendor barroco y no le sale mal. La sorpresa aunmenta cuando se sabe que se trata de un edificio construido en 1939 y que fue concluido hasta 1965. Tiene dos torres a los lados de la nave principal, la del campanario es más alta, y cuenta con relojes, uno en cada costado. Las torres se rematan con una cruz y están decoradas con columnas y arcos de medio punto. El interior tiene candelabros sujetos al techo, altas columnas en los costados y al centro del retablo se encuentra la santa sudamericana. En la parte superior, Santa Rosa está flanqueada por dos ángeles. Posee dos vitrales laterales de colores intensos, que cuentan la vida de Santa Rosa. Cuando la luz del sol los traspasa crea una atmósfera alucinante al interior. Es una de las construcciones más bellas que puede encontrarse en el noreste mexicano.
En el centro de la ciudad se encuentra el Museo Histórico de Múzquiz que entre objetos antiguos, piedras preciosas y fotografías cuenta los momentos más importantes de la ciudad. Su principal atractivo es un fósil encontrado en las canteras de la ciudad, y que según los estudios de los Paleontólogos Aficionados de Sabinas A.C. (PASAC) pertenece a un pterosaurio, y hace unos 90 millones de años debía estar volando por territorios coahuilenses y se lanzaba como flecha de ballesta hacia el mar interior que existía desde Canadá hasta el Golfo de México, para alimentarse de pequeños peces.
Los municipios son fieles a sus riquezas naturales, el caso de Múzquiz, sus productos artesanales corresponden a su raigambre minera y ganadera.
Las tribus kikapús y mascogos se instalaron cerca de la ciudad desde el siglo XIX y le han aportado un misterio que pocas ciudades del país tienen. La presencia de estas tribus en territorios coahuilenses en realidad proviene desde épocas coloniales, el emperador Carlos III ya había dado permiso de que habitaran en la provincia de Texas, donde estuvieron de 1767 a 1824. Su importancia vino hacia 1848, cuando el gobierno mexicano les pidió que resguardaran la frontera del Río Bravo, se dice que esta custodia impidió que se perdiera más suelo en los tiempos de la invasión estadounidense. Como reconocimiento a sus empeños, en 1870 se les permitió asentarse en los alrededores de Múzquiz, los primeros en El Nacimiento, los segundos en la colonia Benito Juárez y en El Nacimiento, que Juárez expropió a la familia Sánchez Navarro por haber apoyado al Imperio de Maximiliano.
La tribu kikapú tiene asentamientos en regiones de Estados Unidos, pero consideran a su bastión de Coahuila como un santuario especial, donde practican sus rituales. Al tener las dos nacionalidades, van de un lado a otro de la frontera y tienen negocios de cierta estima. Son celosos de su religión, realizan ritos de cacería, purificación y Año Nuevo. Sus rezos son a Kitzihaiata, el dios Gran Fuego que los enseñó a construir sus casas, y que cuando los kikapús mueren los lleva a zacar venados con él por la eternidad.
Los mascogos son afrodescendientes, sus ancestros fueron esclavos prófugos de plantaciones británicas del sur de Carolina y Georgia. Durante algún tiempo formaron parte de la comunidad indígena seminole. Al huir de los cazaesclavos terminaron asentándose en Coahuila. En la actualidad tienen asentamientos en Oklahoma, Texas, Las Bahamas y Múzquiz.
Los mascogos de El Nacimiento celebran el 19 de junio su liberación, con una fiesta en la que se mezclan los platillos propios con los del norte coahuilense, preparan cabrito y asado de puerco, panes de maíz, atole, empanadas de calabaza, pan de camote y ensaladas de pollo. Hacen su propia cabalgata y rezan en agradecimiento por su libertad. Aunque con el paso del tiempo se han mezclado con gente de los alrededores y han ido dejando sus costumbres, han ido asentando su identidad y su riquísima pertenencia: como afrodescendientes, como mascogos, como miembros de las comunidades seminales estadounidenses, y como mexicanos y coahuilenses.