Ya desde la época en que el Virreinato era la realidad de México, León se había ganado prestigio como un lugar de curtidores e incipientes talabarteros. El final del siglo XIX y los primeros años del XX sorprendieron a la capital entera imaginando las cosas que con la piel podía hacer: bolsas, chamarras, carteras, cinturones y zapatos, muchos zapatos. Lejos de haberlos olvidado, la ciudad continúa fabricando en abundancia los productos que bien conoce.