Aperitivos: El mezcal es el aperitivo por excelencia en casi toda la región oaxaqueña. En la región de Tlacolula de Matamoros se producen los mejores, como el de pechuga y el de ollita. Los hay también añejados, reposados, almendrados y con sabor a nanche o a naranja, siempre acompañados por la típica sal de gusano y limón.
Botanas: Hay una sorprendente variedad que incluye desde insectos como las hormigas, los chapulines y los gusanos de maguey, hasta las tlayudas con asiento (tortillas grandes y delgadas, fritas con grasa de puerco) para acompañar el delicioso quesillo y la cecina adobada o salada, además del chicharrón, la moronga y una gran variedad de memelas y pellizcadas.
El Rey: Cualquier comida oaxaqueña no estaría completa sin el mole, el rey de los platillos que, se dice, se hace de siete maneras distintas: negro, chichilo, colorado, coloradito, amarillito, amarillo y verde, aunque pudieran ser más, de acuerdo con la cocinera y con los ingredientes; se sabe, por ejemplo, que el mole negro lleva no menos de veinte.
Sopas: Elaboradas con diversos componentes vegetales, destacan las de guías de calabaza, los caldos de carne con verduras y las sopas de mariscos o de camarones gigantes procedentes del Istmo.
Platos Fuertes: Varios son los platillos que pueden mencionarse, aunque los más importantes son el pollo, el guajolote y la gallina en mole, los exquisitos tamales en hoja de plátano con un poco de mole adentro, los chiles rellenos y las carnes de res o de puerco. Todos pueden acompañarse con agua de chía, de horchata, de tamarindo y de almendra y arroz, o del delicioso y fresco tejate, que parece estar en peligro de extinsión.