A la llegada de los españoles el pueblo rarámuri ocupaba desde las grandes llanuras del centro de Chihuahua hasta la Sierra Tarahumara, pero el avance colonizador los obligó a replegarse hacia la sierra, era el único resguardo seguro para evadir del trabajo forzado en las haciendas y en las minas. Ahora las comunidades tarahumaras sólo se encuentran en una parte de la sierra, ya que aún en su refugio siguen siendo despojados.
Los tarahumaras se llaman a sí mismos rarámuri. El término tarahumara es una corrupción o hispanización de la palabra rarámuri: tarámuri, inversión tarumari, de ahí proviene, según el padre Luis G. Verplancken, la voz tarahumara. La mención más antigua de este término la da el misionero jesuita Joan Font en 1608 al citarlos en una carta como “tarahumaros”.
Según el historiador Luis González el término rarámuri significa etimológicamente “planta (del pie) corredora” y que en un sentido más amplio quiere decir “Los de los pies ligeros”, haciendo referencia a una de sus tradiciones ancestrales: la de correr. Sin embargo para ellos, losrarámuri son La Gente, los Hombres, los hijos de Dios. Los rarámuri, al igual que muchos de los grupos indígenas de nuestro continente, conservan como la herencia más importante su cultura y valores espirituales, resultado de miles de años de lucha social que los ha dotado de una intensidad de vida, una forma de existencia; una armonía en las relaciones humanas y con la naturaleza que está muy lejos de alcanzar nuestra sociedad moderna, a pesar de su notable avance tecnológico.
Gran parte de las tradiciones actuales de los rarámuri son una apropiación de lo aprendido de los misioneros jesuitas durante los casi 150 años que convivieron en la época colonial. Expulsada la orden por mandato del rey de España en 1767, los rarámuri reinterpretaron el cristianismo, vaciaron símbolos y ritos en sus propios moldes, dejando lo que nada les decía y conservando y adaptando a su expresión cultural simbólica. El resto, tarea imposible para los misioneros debido a su mentalidad occidental y conceptual.
Las comunidades rarámuri están constituidas por una población dispersa cuyo centro es el valle o el sitio donde está la iglesia o la misión. Hayrarámuri que se alejan más y habitan en cuevas o en cabañas rústicas, dentro de profundas barrancas o en las laderas de los cerros e incluso hay grupos que se desplazan estacionalmente: descienden a las barrancas durante el invierno, huyendo del frío, y regresan a las mesetas en la primavera o el verano. La autoridad máxima tradicional en la comunidadrarámuri es el Gobernador o Siríame, y generalmente reúne a todos los domingos para darles un nawésari o sermón en el que se ventilan los problemas de la comunidad. Los guías espirituales y doctores son losowirúames, de gran autoridad e influencia.
Las festividades son motivo de acercamiento y convivencia, danzas, tesgüinadas y ofrendas son los elementos básicos de sus complejas celebraciones místico religiosas, donde no falta el tesgüino, bebida tradicional de maíz fermentado. Las danzas y la música se transmiten de generación a generación, del mismo modo que se heredan los instrumentos musicales, algunos de origen prehispánico como el “chapareque”, la sonaja y el tambor, otros de la época misional, como el violín y la guitarra. Las fiestas más señaladas son la Semana Santa, especialmente en Norogachi, a la de la Virgen de Guadalupe el 12 de diciembre, y las fiestas patronales.
Los rarámuriproducen una rica variedad artesanal entre herramientas, adornos y utensilios que ellos consumen, pero que también venden a los turistas. Las mujeres son muy hábiles en la manufactura de gruesas cobijas, cintas, cestas, faldas y blusas; los hombres son diestros en la talla de madera.
La medicina tradicional, asociada a ciertos rituales mágico-religiosos en los que llegan a utilizarse plantas alucinógenas como el peyote, es la base de sus curaciones. El conocimiento rarámuri de las plantas medicinales y su aplicación constituye un legado para la medicina moderna.
Dos son los principales juegos de los rarámuri: las carreras de bola entre los hombres, rarajípari, y las carreras de mujeres donde lanzan dos pequeños aros entrelazados llamadas rowema. Las carreras se juegan por equipos que representan a sus comunidades, pueden ser dos o más. Distancias de 200 kilómetros cuadrados son cubiertas en una carrera ininterrumpida, en la que se va empujando una pelota de encino, durante más de 24 horas. Toda la comunidad apoya y ayuda a sus competidores, les llevan agua y pinole, iluminan su camino durante la noche con ocotes encendidos, les echan porras, y hasta corren con ellos toda la ruta.
De acuerdo a su cosmovisión, los tarahumaras se saben parte integrante de la tierra que habitan, de la naturaleza y por lo tanto del universo. La tierra es la vida y si un rarámuri es despojado de ella, como ha ocurrido a muchos, pierden la esencia de su ser. En su concepción Dios el “Onorúame”, es padre y madre al mismo tiempo.
Los rarámuri valoran más a las personas que a las cosas y el respeto al ser humano es esencial en su cultura, de tal forma que una ofensa o falta cometida en agravio de un semejante puede ser causa de enfermedades que no se curarán hasta que el error sea enmendado. Compartir es la base de su sociabilidad y cuando para hacer una tarea (como levantar una casa, una cerca o cosechar) una persona recibe el beneficio del trabajo comunitario y debe agradecerlo preparando tesgüino para todos los participantes, que no aceptarán nada más a cambio.
Los rarámuri sólo rezan ornamentalmente en forma ocasional; para ellos la danza es su oración; con la danza piden perdón, piden la lluvia, dan las gracias por ella y por la cosecha; danzando ayudan a repá betéame (el que vive arriba), para que no pueda ser vencido y predomine sobre “el que vive abajo” o sea reré betéame, el diablo.
Rehúyen al hombre blanco, al mestizo o “chabochi” porque engaña, roba, acumula, despoja, invade sus tierras, es ventajoso, destruye el bosque, no comparte ni es justo; todo esto se contrapone a los valores rarámuris que llevan hasta sus últimas consecuencias. El hambre, la desnutrición y las enfermedades que se han sufrido en las últimas décadas, son consecuencia del despojo masivo de sus tierras, proceso del que han sido víctimas durante el presente siglo y que hasta la fecha continúa.
Hubo otros tiempos mejores, de ellos tenemos el testimonio del noruego Carl Lumholtz que hace un siglo convivió largamente con los rarámuri: No se conocen allí las enfermedades pulmonares… su resistencia es verdaderamente fenomenal… el rasgo más notable de estos indios es la maravillosa salud que tienen y que se les advierte desde luego…
La cultura rarámuri no es inferior ni superior a la nuestra, es diferente, y tiene tanto derecho a existir y a exigir que se le respete como cualquier otra cultura. Tiene muchos valores que nosotros deberíamos aprender y practicar. Los rarámuri son la conciencia de la sierra.