Una caminata sobre el papel es posible emprenderla por medio de la cartografía. Desde Sonora hasta Yucatán, se pueden recorrer más de 4 mil de estos lugares, en los que su nombre hace evidente el legado prehispánico unido a algún santo católico.
Antes de la Conquista, a la entidad político-territorial en que se organizaban los indígenas se le denominaba al tepetl. Ya en la Colonia, se definía legalmente como un pueblo indio al asentamiento, cuyas autoridades indígenas tenían reconocimiento del virrey.
Con su Atlas ilustrado de los pueblos indios. Nueva España 1800, la investigadora Dorothy Tanck de Estrada entrega 84 mapas, trabajados digitalmente. Un documentado viaje que recuerda cuán importante es para la historia tanto el tiempo como el espacio.
A partir de una profunda investigación, las páginas registran la existencia de 4 mil 468 pueblos de indios, dispersos en las 13 intendencias y los tres gobiernos militares novohispanos.
Durante el siglo XVI, la corona española otorgó a los conquistadores encomiendas, es decir, concesiones que les daban derecho no a poseer la tierra, sino a gozar de los tributos y la servidumbre de los indios encomendados.
Así, el establecimiento de pueblos indios tuvo como móviles la evangelización, el interés por una mejor colecta del tributo y la distinción entre las ciudades y villas españolas con respecto a estas poblaciones.
Por ley, se procuraba que tales asentamientos tuvieran el trazo semejante al de un tablero de ajedrez en torno a una plaza central, en la que destacaba la iglesia, misma que en los mapas de la época fungía como símbolo distintivo de cada pueblo.
Aunada al templo católico, estaba la casa de la comunidad, es decir, la sede del gobierno indígena. Había un hospital y en casos excepcionales un sitio exclusivo para la educación.
Todo pueblo debía hallarse cerca del agua, contar con pastos y un clima templado; la mayoría se encontraba en áreas montañosas y lejos de las costas. Sus tierras eran inalienables. A lo largo de la historia es posible rastrear cómo ciertos acontecimientos hicieron cambiar de nombre a los pueblos. En estas transformaciones influyeron la guerra de Reforma, la lucha por la Independencia y la Revolución.
La consulta de archivos históricos de México y del extranjero facilitó este trabajo científico, pero aún así, elaborar los mapas fue una tarea tan ardua como lenta. Tras un quehacer documental (en el que tuvo una gran utilidad el banco de datos actualizados del Instituto Nacional de Geografía e Informática), los investigadores recurrieron al uso de programas informáticos especializados para materializar un atlas con una calidad excepcional.
Por tanto, en cada mapa se aprecia una armónica variedad de colores para identificar a los pueblos indios y determinar los límites político-administrativos de la Nueva España.
Sin afectar este objetivo principal, se incluyeron referencias hidrográficas y orográficas, de modo que es posible reconocer los ríos, lagos y lagunas más importantes, junto con elevaciones, depresiones y fallas del territorio.
A estas nuevas imágenes cartográficas, las acompañan reproducciones de pinturas, documentos y atractivos mapas correspondientes a la época colonial. De esta manera, este estudio abre otros campos del conocimiento no sólo para cartógrafos, sino también para historiadores, demógrafos, antropólogos, arqueólogos, economistas y geógrafos.
Gracias a esta publicación, existe la posibilidad de ubicar en orden alfabético a las poblaciones, pues contiene un listado que va de San Juan Bautista Abala, en Yucatán, hasta a San Pedro Zurumutaro, en Michoacán. Desde la A hasta la Z, el territorio mexicano es mostrado con las subdelegaciones de cada intendencia y región militar, a las que se añade el número respectivo de indios.
Entre 1800 y 2000 no son muchos los pueblos que han desaparecido; sin embargo, en la actualidad, algunos ya se desmoronan lentamente debido a la escasez de población.
En una vista panorámica o en un acercamiento para notar detalles, los mapas, sumados a los textos que les preceden, permiten entender a los pueblos indios no como un recuerdo de algo extinto, sino que dan cuenta de una grandeza cultural viva que se expande por todo el país, lo que hace de México un país gratamente diverso.