Huehue Moctezuma Ilhuicamina es el planificador de la magna obra de construir un largo muro hecho con troncos y rocas que separarían las aguas dulces de las salitrosas contenidas en la laguna, Nezahualcóyotl, regresaba en compañía de sus colaboradores más cercanos a los aposentos de su real palacio, en el corazón mismo de aquella ribereña ciudad.
La noche comenzaba a cubrir con su manto de estrellas la vastedad del Anáhuac, preludiando una perfecta ocasión para que el viejo gobernante, en compañía de su joven hijo Nezahualpilli, pudiese contemplar y estudiar la posición y el movimiento de los astros en el cielo. Conocido como un valiente guerrero en su juventud, Nezahualcóyotl se había convertido en un sabio gobernante interesado en la historia y la astronomía, y en un entregado promotor del diseño urbano de su metrópoli y de la vecina ciudad de Tenochtitlan, es autor de profundas reflexiones poéticas sobre el universo de los hombres y de los dioses.
Durante su gobierno la ciudad de Texcoco adquirió una armoniosa simetría y un notable trazo, con grandes templos dedicados a las principales deidades y numerosos edificios que albergaban a los funcionarios del gobierno; había también lujosos palacios donde habitaban los miembros de la nobleza acolhua, y el centro de la ciudad mostraba importantes monumentos y esculturas que reflejaban la constante preocupación del soberano texcocano por enaltecer la belleza de su ciudad capital.
Fue gracias a su incansable labor urbanista por la que Huehue Moctezuma Ilhuicamina decidió invitarlo a participar en las novedosas construcciones que durante su largo reinado se llevaron a cabo en México-Tenochtitlan, destacando entre ellas la reedificación del antiguo acueducto que desde Chapultepec suministraba el agua potable a la capital mexica, y la correspondiente remodelación del Templo Mayor de Tláloc y Huitzilopochtli. Fue también durante el reinado de Nezahualcóyotl cuando Texcoco se convirtió en la capital cultural del México prehispánico, en ese tiempo la ciudad se caracterizó, además, por la vasta producción literaria de sus poetas y por la existencia de una importante biblioteca en donde los sabios texcocanos, los tlamatinime, conservaban celosamente los ámatl o libros pictográficos que contenían tanto el saber histórico y mitológico como el religioso y calendárico.
Estos libros de los antiguos mexicanos, llamados también códices, eran elaborados cuidadosamente por los tlacuilos o dibujantes nativos, quienes utilizando colorantes hechos a partir de pigmentos minerales y vegetales, ejecutaban sus pinturas sobre el papel amate, o bien sobre las pieles previamente preparadas de animales como el venado o el jaguar; las pieles se cubrían de estuco, lo que permitía al dibujante dejar perfectamente plasmadas sus pictografías, creando de esta manera verdaderas herramientas con las cuales los maestros acompañaban eficazmente sus relatos y explicaciones.
Dichos códices funcionaban como una guía nemotécnica que apoyaba la enseñanza oral; este sistema de aprendizaje permitió a los antiguos mexicanos comunicar los complejos hechos de su historia con sólo desdoblar y leer las páginas de tales documentos.
Bernal Díaz del Castillo, destacado narrador de la conquista, no oculta en sus escritos el asombro que tuvo cuando vio frente a sí estos “libros” del pasado indígena, y más aún cuando pudo constatar la existencia de bibliotecas o amoxcalli que, como la de Texcoco, custodiaban toda la información y el saber de la época mexica.
Durante la hecatombe que significó la conquista europea, Texcoco y el resto de las capitales del mundo indígena fueron destruidas a sangre y fuego, mientras que los templos y palacios de la familia real acolhua fueron reducidos a escombros; de aquella bilbioteca y sus tesoros documentales sólo sobreviven hasta los profundos poemas escritos por el sabio rey poeta.