La carretera, la imaginación y el deseo de conocer un lugar diferente nos llevaron a San Andrés Chalchicomula, hoy Ciudad Serdán, pueblo mágico como los descritos por Juan Rulfo, pues en cualquiera de sus callejuelas el curioso visitante puede toparse con la sombra-figura blanca, barbada, hierática, de Quetzalcóatl, o la bondadosa del padre Morelos, o la de los aguerridos criollos hermanos Sesma o la inteligente y desgarbada de Jesús Arriaga, “Chucho el Roto”, o la de Manuel M. Flores.
El origen de San Andrés Chalchicomula se esconde en la antigüedad de los tiempos. En su territorio se han encontrado fósiles de mamuts, y algunos historiadores del lugar afirman que sus primeros pobladores pudieron ser olmecas, otomíes o xicalacas. Por ese gran valle de Chalchicomula que se extiende hasta las faldas del Citlaltépetl pasaron las migraciones de las principales etnias mesoamericanas: chichimecas, toltecas, mayas, popolocas y mexicas.
EL ROSTRO DE QUETZALCÓATL
Hay seres en la historia universal de los pueblos que si no han existido en la palpable realidad, al convertirse en mitos pareciera que son más reales que los históricos. Quetzalcóatl es uno de ellos. La leyenda, la historia de este ser maravilloso, ha creado una personalidad portadora de un mensaje de eternidad. Al fundirse mito y vida se forma la figura mítica de un ser envuelto en una dimensión sin medida humana.
La historia descubierta y por descubrir de Quetzalcóatl es inagotable. Vivió en los entornos de un pueblo peregrino. Habló, con su ejemplo, de verdades ocultas en misterios. Fue sacerdote de una religión sin sacrificios humanos, con ritos y leyes, sin errores ni equivocaciones. Aquí lo acontecido en Chalchicomula, región oriental del estado de Puebla.
Hace muchos años llegó a los valles y las montañas de Chalchicomula un ser humano barbado, blanco, alto, de cara grotesca, ricamente ataviado, perseguido, que enseñaba las maravillas de la naturaleza y las capacidades espirituales y físicas del hombre.
Quetzalcóatl, hablaba de algo tan extraño como la comprensión, la amistad, el bien y el mal. Anunciaba, además, sucesos que ocurrirían pasados los tiempos. Decía: “transcurrirán muchos soles, lunas, amaneceres, tardes y noches; vendrán otras personas y habrá dolores, sufrimientos, penas y alegrías también: porque esta es la vida del hombre sobre la tierra”.
En un principio los habitantes del lugar no le entendían, sus ojos y oídos estaban abiertos a otras voces; sin embargo, con la sabiduría recibida de los dioses, Quetzalcóatl supo transmitir sus pensamientos para que floreciera la presencia del hombre en estas tierras, a partir de la siembra del maíz y el desarrollo de sus facultades.
Al ocaso de su vida Quetzalcóatl se incineró; pero antes había dispuesto que sus cenizas se depositaran en el Pouyaltécatl, la montaña más alta, ahí donde también resposaban los restos de su amado padre, profetizando su regreso en forma de estrella (el planeta Venus). Los pobladores del lugar, en recuerdo de este memorable hombre, llamaron a este volcán Citlaltépetl, montaña o cerro de la estrella.
En Chalchicomula, como en muchos otros lugares, extrañaron a Quetzalcóatl, su andar por los campos cultivados de maíz, sus enseñanzas en el trabajo artesanal y de buen gobierno, sus ascensiones a las montañas en busca del conocimiento universal, su aprecio por el movimiento de las estrellas reflejado en el llamado juego de pelota, su gozo por resbalarse en los lomeríos y las arenas curativas, conocidas como las marmajas, su contemplación cósmica desde el Tliltépetl (Sierra Negra).
Al tiempo, en la cima de la montaña sagrada del Citlaltépetl, entre nieves perpetuas, hacia el ocaso solar, en la cara poniente, apareció el inconfundible rostro del mítico Quetzalcóatl, que desde allí, de vez en cuando, sigue diciendo: “sube más arriba, mucho más, aquí en esta estrella encontrarás tu propia verdad, tu destino, el conocimiento, la paz y el descanso para tu cuerpo y tu espíritu, aquí se encuentra mi tumba”. En memoria de este personaje mítico, los restos de los gobernantes de las tierras mesoamericanas fueron llevados a Chalchicomula para ser depositados en montículos (llamados teteles), esparcidos por toda la región desde donde se divisa el volcán Citlaltépetl.
Esta es la historia, la vida y la leyenda de un hombre inmortalizado en el Citlaltépetl de Chalchicomula, que heredó trabajo, respeto, virtudes, entendimiento y el bien entre los hombres.
EDIFICIOS Y LUGARES DE INTERÉS
La cultura de un pueblo se refleja en sus monumentos arqueológicos y arquitectónicos, ellos son el legado de nuestros antepasados. Recogeremos en este recorrido algunos de ellos:
Pirámides del Malpais: conocidas por el pueblo como Tres Cerritos porque sobresalen del paisaje en que se hallan enclavadas.
Teteles y juego de pelota: En el barrio de San Francisco Cuauhtlancingo se localiza una zona arqueológica que da testimonio de la presencia de Quetzalcóatl: edificios, juego de pelota y teteles; en estos últimos, como ya se dijo, se depositaban los restos de los principales gobernantes del mundo mesoamericano como ofrenda y tributo al mítico personaje.
Cerro del Resbaladero: Se asegura que desde su cima se deslizaba, en infantil etretenimiento, Quetzalcóatl. Los niños y adultos de San Andrés lo recuerdan con alegría.
Iglesia de San Juan Nepomuceno: Este es un templo cargado de tradición e historia. En él descansaron algunos de los regimientos llegados a la población el 6 de marzo de 1862, y gracias a eso se salvaron de la trágica muerte que encontraron muchos de sus compañeros al explotar la Colecturía del Diezmo, donde se habían refugiado.
Iglesia de Jesús: Ahí se pueden apreciar bellas pinturas en sus muros y techos con motivos de pasajes bíblicos, así como obras al óleo del maestro Isauro González Cervantes.
Parroquia de San Andrés: Es uno de los templos más bellos de la región dedicado al santo patrono.
Acueducto Colonial: El maestro Pérez Arcos señala: “en las estribaciones del Citlaltépetl o Pico de Orizaba tienen su origen los manantiales que surten del preciado líquido a San Andrés Chalchicomula, pero para cubrir la distancia que los separa de la ciudad, se hizo necesario construir un extenso acueducto, el cual a unos ocho kilómetros de la población tuvo que salvar una ancha hondonada por medio de una arquería. Esta obra que llevaron a cabo los beneméritos frailes franciscanos consiste en dos órdenes de arcos superpuestos de muy recia mampostería”.
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