Fray Bernardino de Sahagún se refiere a jícaras “untadas con barnices que les dan lustre”; fray Jerónimo de Mendieta menciona: “…otros vasos hacían de ciertas calabazas muy duras y diferentes de las nuestras y es fruta de cierto árbol de tierras calientes. Éstas las pintaban y pintan hoy en día de diversas figuras y colores muy finos y tan asentado, que aunque estén cien años en el agua nunca la pintura se les borra ni quita”. Por su parte, fray Diego Durán, en 1580, proporciona una amplia información sobre “xícaras ricas” y fray Juan de Torquemada hacia finales de 1609 se refiere a: “un vaso muy pintado, hecho de calabaza, que llaman xicalli”. En los anteriores ejemplos las descripciones son amplias y aquí únicamente se han transcrito pequeños fragmentos de esos textos, a los que habría que agregar la infinidad de importantes testimonios, de esa misma época, referidos exclusivamente al antiguo reino michoacano.
Estilos y tendencias
La investigadora Eva María Thiele explica en su espléndido estudio sobre el maque, que el término “laca” es un vocablo persa, en tanto que “maque” lo es árabe; la técnica oriental existente desde tiempos muy antiguos, empleada en Persia, la India, Rusia, China y Japón para elaborar lacas, es completamente diferente a la usada en México desde tiempos precolombinos hasta nuestros días. La única semejanza entre ambas es el acabado pulido y brillante que tienen tanto las lacas como los maques.
El arte del maqueado debió existir en todo el ámbito mesoamericano. Por circunstancias que se ignoran, su producción se redujo paulatinamente debido quizá al proceso de la conquista hasta quedar reducido a unas cuantas poblaciones cuyo prestigio acumulado por muchísimo tiempo no sucumbió ante el impacto español; ejemplo de ello es la población de Olinalá, en Guerrero, considerada con justicia como el centro productor más importante de México.
Los materiales empleados por los artesanos olinaltecas son designados por ellos mismos en lengua náhuatl: el tecoxtle, de origen mineral, de textura arenosa y color amarillento, que mezclado con aceites de chía y de linaza, forma una pasta poco espesa que se unta directamente sobre la superficie que será maqueada y que constituirá la base del siguiente proceso del trabajo llamado “tlalpilole”. Éste se compone de una mezcla detezicáltetl, piedra blanqucina proveniente de las inmediaciones del pueblo de Huamuxtitlán, distante de Olinalá cuatro horas a caballo, material que molido en el tlalmetate (vocablo que viene de tlalli, tierra y metatl, piedra o molino para moler colores de tierra), será convertido en polvo, el cual se mezclará con el color que servirá de fondo.
De los cerros cercanos a Olinalá obtienen el “tolte”, nombre que dan los artesanos a un mineral blanco de estructura compacta y textura cristalina, perteneciente al grupo de los caolines o a la familia de las calcitas, material que queman y posteriormente muelen hasta convertirlo en polvo extraordinariamente fino y que emplean para engrosar el espesor del “barniz” (nombre con el que los artesanos designan al maque), y que será aplicado encima del tlalpilole, una vez que éste ha sido bruñido con una piedra de ágata a la que llaman tlaquítetl.
En Olinalá existen dos técnicas para decorar los objetos maqueados: la del “rayado”, también llamada “recortado”, que sin duda es la más antigua, consistente en el dibujo que traza y recorta el artesano ayudándose para este efecto de una espina de huizache; una vez aplicada la segunda capa de “barniz”; y la técnica del “dorado” que se realiza dibujando motivos muy diversos con pinceles hechos localmente, ya que su punta debe ser de pelo de gato, dada la fineza de trazo que se obtiene al emplear ese material.
Esta técnica deriva su nombre de un estilo de decoración introducido durante el siglo XVIII consistente en aplicarle a los objetos ya terminados franjas de oro y plata de hoja. Este tipo de objetos, que habían desaparecido por completo hacia finales del siglo XIX, fueron rescatados en la década de los 70 y en la actualidad únicamente un artesano, Francisco Coronel, los produce sobre pedido.
Es común suponer que los colores utilizados en Olinalá son pinturas de aceite de las empleadas por los pintores de caballete y ésto es un error; las pinturas aplicadas por los artistas de Olinalá provienen del cocimiento del aceite de chía, mezclado con azarcón y tecoxtle, que combinados con algunos productos vegetales o minerales dan el color que se desea. A esta mezcla se le denomina siza. Para obtener el rojo se usa cochinilla de grana, el azul proviene del añil, el carmesí del tinte del palo de Brasil y, también, del huizcuahuitl o árbol de espinas; el amarillo es producto de la molienda de una enredadera parásita conocida como zacapale, el negro, quemando la cáscara de encino y el blanco de la mezcla de tezicalte ytolte. La familia Ayala Mejía la asociamos de inmediato con las obras de mayor calidad.
Cercanas a Olinalá se localizan las poblaciones de Temalacacingo y Acapetlahuaya, con producciones pequeñas de artículos maqueados entre los que destacan juguetes y jícaras; y cuyas técnicas de elaboración son semejantes a la que se decora con pincel en Olinalá.
La producción de maques en el estado de Chiapas se localiza únicamente en la población de Chiapa de Corzo y se caracteriza por sus famososxicalpextles, también llamados “toles”, adquiridos prácticamente en su totalidad por la población zapoteca del Istmo de Tehuantepec. Para la elaboración de esta artesanía se usa el axe, aceite obtenido de un insecto (Cocus axin), que se recolecta en la población de Venustiano Carranza. Estos animales se ponen a hervir, lo que provoca que suelten su grasa, que se recolecta en un trozo de manta, se exprime y, luego, se sumerge en agua fría y con molienda de los gusanos muertos se hace la pasta que servirá como base indispensable en este tipo de trabajos.
En el estado de Michoacán, sus trabajos de maqueado son de extraordinaria belleza, a pesar que su producción de hace ya algunos años a la fecha se ha circunscrito a las ciudades de Pátzcuaro y Uruapan, cuyas técnicas empleadas en la infinidad de objetos que producen son muy diferentes entre sí.
Pátzcuaro fue en la época virreinal sede de una de las Reales Aduanas “donde revisaban los cargamentos de mercancías orientales que venían de Filipinas… y eran conducidas a Valladolid, hoy Morelia, por camino de herradura vía Zihuatanejo por los comerciantes michoacanos”. Este hecho explicaría la marcada influencia oriental que acusan las decoraciones características de este lugar y que hizo suponer que las técnicas mexicanas tenían su origen común en las lacas del continente asiático, pues hasta la fecha muchos de los diseños que emplean los artesanos de esta bellísima ciudad tienen un marcado trazo “chinesco”.
Antiguamente, el maqueado de las piezas no se hacía en esta población, ésas eran enviadas a Uruapan donde los artesanos fondeaban los objetos que posteriormente serían decorados por los de Pátzcuaro, quienes caracterizaban su obra por aplicarle oro de hoja, estilo que llegó a su apogeo durante los siglos XVII y XVIII. Para el primer cuarto del siglo XX esta técnica había desaparecido y se debe al extraordinario artesano Salvador Solchaga la investigación que condujo a ponerla nuevamente en práctica.
En la actualidad, el costo de las materias primas originales, y el tiempo que representa su adecuada preparación y aplicación ha llevado a los artesanos de Pátzcuaro a sustituir estos productos por lacas automotivas y colores industriales, por lo que la obra tiene un brillo excesivo que se aparta notablemente del trabajo antiguo caracterizado por la armonía que presentaba entre el fondo y la decoración.
El lugar de las flores
La ciudad de Uruapan fue fundada al parecer en 1540 por el misionero franciscano fray Juan de San Miguel; se asegura que el nombre de este lugar proviene de urani, vocablo purépecha que quiere decir “donde las flores se abrieron”. La dominación española indujo a los indígenas a trabajar una gran diversidad de objetos maqueados y debemos al testimonio de fray Matías de Escobar el conocer algunos detalles del trabajo que se realizaba en Uruapan en 1729: “… diéronles maestros carpinteros a los indios y estos hacían sobre castellanas medidas, gavetas, escritorios, cajas y escribanías. Añadían ellos sus maques y sus pinturas y hacían singular su obra…”.
Han transcurrido ya casi tres siglos desde que el fraile Escobar escribiera su comentario y la belleza de los objetos descrita por el religioso la seguimos admirando en los trabajos actuales. La técnica empleada antaña es hoy la misma, única en México, conocida con el nombre indígena de “nimácata”, consistente en recortar el dibujo que habrá de ornamentarla en el objeto ya fondeado y que después será incrustado con el dorso de la mano, con los colores requeridos por la decoración.
En el museo local de “la guatapera” se puede admirar una magnífica colección de piezas antiguas y compararlas con las modernas, también exhibidas, que han sido premiadas en concursos especializados que se efectúan a nivel nacional cada año.