Casi todos los estudiosos e investigadores de las máscaras en Méxicocoinciden en afirmar que constituye un objeto ceremonial que el hombre utiliza para identificarse con deidades y personajes de su cultura, cerrando el ciclo mágico-religioso por el que invoca beneficios o rinde tributo a sus dioses y héroes, todo esto nos los asegura Teresa Pomar, profunda conocedora del arte popular mexicano.
En tanto contamos con abundante información sobre el empleo de máscaras correspondientes al período prehispánico, muy poco sabemos de su uso durante el período virreinal, no obstante que en esa época cobraron carta de naturalización las danzas de Moros y Cristianos, Santiagueros, Los Doce Pares de Francia, Carlomagno, etc.
El que las máscaras usadas hasta nuestros días en esos bailes sean en su mayoría representaciones de personajes blancos, barbados y de ojos azules, sugiere que en sus orígenes tuvieron la intención de representar o ridiculizar a los conquistadores.
Con materiales tan diversos como caparazones de armadillo, madera, cera, cartón, malla de alambre, tela, etc., un importante número de artesanos en todo el país elaboran máscaras, unas destinadas a danzas tradicionales, pastorelas y festividades locales, y otras muchas, espectaculares por cierto, que sólo cumplen una función ornamental. Todas éstas, en conjunto, son producto del sincretismo cultural que México ha tenido con Europa, África y Asia.
A manera de ejemplo tomado al azar citaremos las representaciones de “viejitos” y de “tigres”. Las primeras personifican tanto al antiguo dios del fuego Huehueteotl, como a los huehuentones, personajes que por su avanzada edad gozaban de impunidad para criticar mordazmente los abusos de las autoridades; hasta la fecha gozando del anonimato que les da la máscara, los que las representan lo continúan haciendo con gran acierto. Los “tigres”, por su parte, símbolo prehispánico del dios Texcatlipoca, son personajes protagónicos de muchas danzas practicadas en los estados de Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Puebla, Tabasco y Zacatecas.
Las máscaras que ahí se empleaban son en su mayoría piezas de colección, pero las más llamativas, a nuestro juicio, son las que se hacen en la Mixteca de la Costa, cuyos grandes ojos, logrados en base de espejos, están destinados a “echar cardillo” a los cazadores y “perros” que forman parte de esa danza.
Derivadas del estilo de un notable artesano mascarero de Huazolotitlan, Oaxaca, se ha extendido la talla en madera de parota, de cabezas de tigre de un realismo sorprendente.