Difícil de creer pero a principios del siglo XX la isla de Cancún era el patio trasero de Isla Mujeres, una zona de ranchos cocoteros que eran propiedad de la gente más rica de la ínsula. Ésta era la situación cuando se comenzó a correr el rumor de que se crearía en Cancún un desarrollo turístico de proyección mundial. A la mayoría de los oriundos esto les pareció una “fumada” del gobierno federal. Para 1969 el Banco de México ya tenía claro el proyecto de Cancún y a fin de darle certeza financiera, creó un fideicomiso administrado por el propio banco.
En enero de 1970 llegó a Cancún el primer ingeniero, Daniel Ortiz Caso, quien con la ayuda de la población campesina realizó las primeras brechas de las que se tiene conocimiento. De manera inmediata Cancún empezó a generar empleos, pero a pesar de que ya contaba con la “bendición” del gobierno, debía ganarse la confianza del Banco Interamericano de Desarrollo, que aunque no dudaba del proyecto, estaba muy reservado pues no existía ningún otro antecedente mundial, en materia de turismo, creado a partir de la “nada”.
Una vez salvado el escollo económico se sabía que el éxito del naciente polo turístico radicaría no sólo en ofrecer sol y mar como lo hacían los demás sitios del Caribe. Cancún estaba en el corazón mismo de la civilización maya, rodeado de vestigios arqueológicos y con un legado histórico impresionante que debía capitalizarse. Cancún tenía lo que los demás no: historia milenaria.
Las intenciones de vender un destino lleno de cultura maya y de aspecto caribeño fueron desde el principio muy claras. De entrada no se llamó Costa Turquesa como lo marcaba un antiguo proyecto promovido por el empresario José de Jesús Lima Gutiérrez, sino Cancún, respetando la toponimia del lugar. Su primer aeropuerto fue construido sobre una antigua aeropista creada durante las obras de la carretera Valladolid-Puerto Juárez, en los años cincuenta, y todas sus instalaciones como la torre de control, sala de espera y demás, fueron intencionalmente diseñadas al estilo de una palapa caribeña.
Lo mismo ocurrió con el parque conocido como “De las Palapas”, en el que también se utilizó el mismo concepto de paisaje autóctono, así como la primera playa pública con restaurante (Playa Chac Mool), decorada igualmente con chozas y un monolito maya elaborado por artesanos contemporáneos.
Las principales avenidas fueron bautizadas con nombres mayas, comenzando por el boulevard Kukulcán, la principal arteria de la zona hotelera. En el resto de la ciudad las cosas no variaron: Cobá, Chichén Itzá, Bonampak, Labná, Tulum, Kabah, Yaxchilán, Tankah, Palenque, Nichupté y Uxmal, fueron algunos de los nombres que recibieron las calles. No hay que ser muy duchos en la materia para entender que el gobierno quiso hacer una especie de “Hawaii mexicano”.