La primera gran crónica periodistica del país, escrita en la época de la Colonia por el matemático Carlos de Sigüenza y Góngora, es el famoso “Alboroto”, que tuvo su escenario aquí, en el “teatro augusto” del Palacio Virreinal. El “Alboroto y motín de los indios de México” fue el 8 de junio de 1692, cuando al campo le cae “el chauiztli” y sube el precio del maíz, lo que provoca el más violento levantamiento después de la Conquista, cuando la población india incendia parte del palacio. Sigüenza escribió un informe al virrey para dar su opinión de cómo evitar casos similares.
La Plaza de la Constitución es una de las más grandes del mundo y un conjunto arquitectónico sin rival en América. Cuando Palacio Nacional dejó de ser despacho presidencial durante los últimos gobiernos del PRI, el Zócalo fue convertido por los gobernantes de la ciudad en un foro gratuito para recibir a grandes artistas y grupos de México y el mundo.
A las 11 de la noche de cada 15 de septiembre tiene su culminación en el Zócalo la mayor fiesta nacional, la del Grito de Independencia, cuando el presidente se asoma al balcón central del Palacio para recordar a los héroes de la lucha por la Independencia y tocar la campana de Dolores.
En este lugar, en una pequeña isla, estaba el conjunto ceremonial y la plaza más importante de México-Tenochtitlán, fundada en 1325 en una zona lacustre con cinco lagos. Este asentamiento fue creciendo sobre el agua con el sistema de chinampas como las que todavía perduran en Xochimilco, y durante los primeros años del siglo XVI se consolidó como la principal metrópoli de Mesoamérica.
En 1982, un trabajador de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro encontró una enorme piedra redonda con la escultura de la Coyohxauqui, lo que motivó el resurgimiento de los vestigios del templo principal de los aztecas dedicado a Huitzilopochtli y Tláloc. Basta caminar por el Templo Mayor y por su Museo adjunto para imaginar la grandeza de la ciudad que maravillara a Hernán Cortés y dejara sin habla a Bernal Díaz del Castillo, como lo escribe en su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España.
En 1521 Hernán Corté conquistó México-Tenochtitlán, tras un cerco dramático y poco a poco la ciudad fue desecada para facilitar el paso de los caballos y la construcción de los palacios. Algunos de sus canales, que perduraron en el trazo que se dio a la nueva ciudad donde las calzadas de Tenayuca, hoy Vallejo, Tlacopan, hoy México-Tacuba, Iztapalapa, hoy Tlalpan, y Tepeyac, hoy Calzada de los Misterios, eran testimonio de un pasado glorioso.
En los años posteriores a la Conquista, la ciudad se convirtió en un importante eje económico y el centro albergó mercados a los que la gente acudía a comprar los artículos que necesitaba. El más importante fue el de la plaza del Volador, frente a la Real Universidad de México. También fue construido El Parián, llamado así porque se parecía al mercado del mismo nombre en Manila, Filipinas, de donde procedía la mayor parte de las mercancías que ahí se vendían.
El primer fraccionamiento de la metrópoli tuvo su origen en el siglo XVI, cuando los conquistadores mantuvieron la división de la antigua México-Tenochtitlán en cuatro barrios que recibieron un nombre cristiano: San Juan Molotla, Santa María Tlaquechiucan, San Sebastián Atzacoalco y San Pablo Teopan. Cada barrio tenía su templo y sus autoridades civiles y eclesiásticas. En la reconstrucción después de la Conquista, la ciudad también quedó dividida pero en dos: en el centro, se encontraba la parte española y, en la periferia, la indígena.
Con las piedras de los monumentos prehispánicos se edificaron muchos inmuebles como el Palacio Virreinal, el edificio más grande y que fue incendiado en 1692 durante un levantamiento popular, y tuvo que ser totalmente reconstruido con el nombre de Palacio Real. Después de la Independencia se le denominó Palacio Nacional.
En la Plaza Mayor, Hernán Cortés construyó un pequeño templo que con el correr del tiempo sufrió varias modificaciones hasta que fue demolido para edificar la Catedral Metropolitana. Esta magnífica construcción luce diferentes estilos arquitectónicos, debido a que en el transcurso de los años se le hicieron varios cambios.
En la Plaza Mayor también se construyó el Antiguo Ayuntamiento que en su inicio tenía sala de acuerdos y de audiencia, capilla, sacristía y cárcel. Después se le añadieron una casa de moneda, fundición y carnicería, así como algunas habitaciones. Devastado por el fuego y el agua, el Antiguo Ayuntamiento fue reconstruido en el siglo XVIII.
Durante el siglo XVI se inició la construcción de la Ciudad de México, que volvió a rehacerse en el siglo XVII a causa de su deterioro por las inundaciones y por algunos incendios. Fue hasta el siglo XVIII cuando floreció la arquitectura colonial gracias al auge económico de sus habitantes, quienes realizaron grandes construcciones y reconstrucciones.
De esa época datan los palacios privados, entre los que sobresalen la Casa de los Azulejos, de los Condes del Valle de Orizaba, la Casa de don José de la Borda, que ocupaba la manzana de Francisco I. Madero, Bolívar, 16 de Septiembre y Motolinía, y que fue dividida en diversas ocasiones para alojar comercios y empresas como el Salón Rojo y el Cine Rex o el ahora Museo Derfín, el magnífico Palacio de los Condes de Calimaya, que ahora ocupa el Museo de la Ciudad de México, el Palacio de Iturbide, antigua propiedad del marqués de Jaral de Berrio, ahora ocupado por Fomento Cultural Banamex, la casa de los condes de San Mateo de Valparaíso, en la esquina de Venustiano Carranza e Isabel la Católica, sede del Banco Nacional de México, y la casa de los condes de Heras y Soto, en República de Chile 8, donde se encuentran el Consejo del Centro Histórico, el Archivo Histórico de México y el Fideicomiso de la Ciudad de México.
En el siglo XVIII se construyó el Jardín Botánico de Palacio Nacional y el desagüe de la ciudad, así como algunas facultades de la Real Universidad de México por cuyas aulas pasaron escritores de la talla de Carlos de Sigüenza y Góngora y Juan Ruiz de Alarcón.
La universidad virreinal aparece en litografías y planos de los siglos XVI en la esquina de Seminario y Moneda, y en los del siglo XVII frente a la plaza del Volador, a un costado de Palacio Nacional. Al construirse el Conservatorio de Música y Declamación, el Palacio de Minería, la Escuela de Ingenieros, la Escuela de Jurisprudencia, la Escuela de Bellas Artes, la Escuela Preparatoria y la Escuela de Medicina, la Universidad comenzó a extenderse por el Centro Histórico, al grado que muy pronto comenzó a hablarse del “barrio universitario”, que culminaría su expansión cuando la Secretaría de Educación Pública, en la segunda década del siglo XX, se instaló en lo que fuera el antiguo convento de La Encarnación, y en la Antigua Aduana de la ciudad.
Durante la época colonial llegaron a construirse 22 conventos, además de numerosas capillas, iglesias y parroquias donde funcionaron algunas escuelas y colegios para infantes como el antiguo Colegio de Niñas de Santa María La Caridad, hoy Club de Banqueros. Había mansiones y edificios tan hermosos que en el siglo XVIII Charles Latrobe, en su libro Rambler in Mexico se refirió a México como la “Ciudad de los Palacios”, expresión que se atribuye erróneamente al barón Alejandro de Humboldt. Con las Leyes de Reforma del presidente Benito Juárez, la fisonomía religiosa de la ciudad se desdibujó, pues se destruyeron algunos conventos para abrir calles y avenidas, y los edificios religiosos que quedaron en pie fueron utilizados como bibliotecas, hospitales y vecindades.
Un ejemplo de la transformación que ha sufrido el Centro Histórico puede verse en la Plaza de Santo Domingo, donde estuvo el Palacio de Cuauhtémoc. En este lugar se encuentran la iglesia y convento de Santo Domingo y el que fuera Palacio de la Santa Inquisición y luego Escuela de Medicina. También estaban las instalaciones de la Aduana Real, cuyo patio se llenaba de coches tirados por caballos. Los primeros cambios se dieron cuando se derrumbaron los muros del atrio de la iglesia y cuando se demolió el convento y se abrió la calle de Leandro Valle, “que no va a ninguna parte”, según registró el cronista de la ciudad en los ochenta, Guillermo Tovar, para testimoniar la enorme destrucción que el Centro Histórico ha sufrido en la época contemporánea.
Debido a la tarea evangelizadora de los frailes españoles, el Centro Histórico contaba con gran cantidad de recintos religiosos, entre los que perduran algunas capillas como la de Las Ánimas, la Expiación, Manzanares, María Magdalena y San Lucas, e iglesias como La Profesa, Nuestra Señora de Loreto, La Encarnación, La Enseñanza, La Santísima Trinidad, San Francisco, San Felipe de Jesús, Santa Inés, Regina, el templo y convento de San Hipólito, el templo y convento de San Agustín y el antiguo convento de la Merced, cuyo claustro es una de las maravillas arquitectónicas del Centro Histórico.
Entre los monumentos civiles más reciente destacan por su valor histórico y arquitectura la Asamblea Legislativa, el Gran Hotel de la Ciudad de México y el Teatro de la Ciudad.
Luego del movimiento de Independencia en la zona histórica de la Ciudad de México se instalaron los poderes políticos del México independiente. El “Centro” alberga no sólo la administración pública, sino la actividad económica, cultural y financiera de la ciudad, y parte de su población fue desplazada hacia las colonias cercanas que comenzaban a desarrollarse. Así surgieron las primeras imprentas y librerías, los primeros bancos y las primeras grandes tiendas departamentales.
Una vez terminada la Revolución Mexicana, dio inicio una nueva etapa para la ciudad. Con el propósito de rescatar y mantener los edificios históricos hubo numerosas transformaciones y comenzó un movimiento artístico de trascendencia universal: el muralismo. Por iniciativa de José Vasconcelos, Dirgo Rivera, José Clemente Orozco, Ramón Alva de la Canal y David Alfaro Siqueiros pintaron no sólo el edificio de esta dependencia, sino el Palacio Nacional y el Antiguo Colegio de San Ildefonso, entre otros.
En 1952 escuelas y facultades de la Universidad Nacional Autónoma de México salieron del Centro para ocupar sus nuevas instalaciones en Ciudad Universitaria. Este hecho tuvo repercusiones en esta zona que por mucho tiempo albergó al barrio universitario, y donde se había establecido un corredor cultural del que aún quedan vestigios.
En el Centro Histórico se encuentran los mejores ejemplos de la arquitectura barroca y neoclásica del país, y lugares extraordinarios como el Museo de la Ciudad de México del arquitecto Francisco A. Guerrero y Torres, la Plaza Tolsá, que reúne a su alrededor varios estilos representados en el Museo Nacional de Arte, el Palacio de Minería, el Palacio Postal y los edificios de la calle de Xicoténcatl, desde esa plaza es posible admirar el Palacio de Bellas Artes, máximo ejemplo de art nouveau y del art déco. En 1956 fue inaugurada la Torre Latinoamericana, que durante años fue el edificio más alto de América Latina. En su construcción se emplearon novedosos recursos de ingeniería que le permitieron resistir los terremotos de 1957 y de 1985.
Visitar el Centro Histórico hoy en día es cumplir con ciertos rituales: presenciar como es izada nuestra bandera en el Zócalo dos veces al día, detenerse en la Dulcería Celaya, ver en la Casa de los Azulejos la legendaria fotografía donde Emiliano Zapata y sus compañeros desayunan allí antes de tomar Palacio Nacional, disfrutar alguna exposición o actividad literaria o musical en el Palacio de Bellas Artes y pasear en bicicleta los domingos admirando su grandiosa arquitectura. O bien visitar las librerías de la calle de Donceles. Algunos de sus restaurantes han hecho historia, como La Ópera, El Danubio, El Casino Español, Prendes, Ambassadeurs, los cafés Tacuba o La Blanca y la Hostería de Santo Domingo, algunos recomendados por el excroonista de la ciudad Salvador Novo, en su Nueva Grandeza Mexicana.
No puede pasarse por alto el antiguo Colegio de San Ildefonso, el Museo Nacional de Arte, las casas de Mayorazgo de Guerrero-Dávila, el Museo del Templo Mayor, el Monte de Piedad o la Casa de los Condes de Heras y Soto.