Los caballos están algo nerviosos; pero seguro no más que yo. Cabalgamos por la senda al borde de un profundo precipicio de aproximadamente 200 metros.
El piso no es firme, a cada instante, debajo de los cascos corren las piedras, aterrizando entre las copas de los árboles que cubren el lecho del arroyo al fondo del barranco.“Con calma.
Ya casi llegamos”, apacigua Domingo Arce Pedraza, director del Parque Sierra Nanchititla.
“¿Escuchas la cascada?” En realidad, el ruido del agua que baja de gran altura aumenta. Poco después, delante de mis ojos se extiende una maravillosa panorámica que recompensa las penas de la subida: al pie un valle pleno de flora tropical y, sobre nuestras cabezas, gavilanes o halcones cola roja surcando el cielo.
El paisaje físico corresponde a una orografía típica de montaña con un terreno muy accidentado y sitios donde las pendientes se acercan a los 90 grados, lo que hace muy difícil su acceso, como en el caso de la cascada conocida como El Salto, de 105 metros.