Hay lugares que giran alrededor de sí mismos, donde los niños aprenden lo que sus padres a su vez conocieron de sus abuelos, y donde las familias terminan por practicar la misma actividad. Tal es el caso del hilado de lana en Coroneo, el pueblo que tejiendo se construyó para sí una identidad. Y sus calles, sus casas, sus tiendas se adornan una y otra vez con los tapetes, bufandas, gabanes y cobijas que aquí se producen. Algo semejante ocurrió a Uriangato y Moroleón. El primero comenzó haciendo rebozos desde el tiempo de los españoles, el segundo acumuló fama con sus suéteres de tejidos planos.
Pero llegó un punto en que lo artesanal cedió paso a lo industrial, y ahora ambas ciudades se enorgullecen de maquilar kilómetros y kilos de prendas para vestir.