Pizote Blanco debía terminar pronto el último dintel del templo dedicado a Kinich Ahau, el Gran Señor del Rostro Solar, el dios Sol, que sería inaugurado por el señor Escudo Jaguar I de Yaxchilán. En el dintel se retrataba a dicho gobernante en el momento de recibir de su esposa, la señora Xoc, del linaje de Calakmul, una cabeza de jaguar, símbolo del gobernante y del dios solar con el que se identificaba, y el escudo rectangular que lo señalaba como guerrero. El grupo de artistas del taller de Pizote Blanco había esculpido los otros dinteles del templo, todos los cuales llevaban la firma del afamado escultor.
Los arquitectos aplanaban con estuco los muros de piedra para que los pintores pudieran empezar su trabajo; adornarían el interior del templo con un documento colorido de ceremonias religiosas, bajo la mirada de los seres divinos. Todo debía estar listo para el día 1 Imix 9 Kankin.
Los mayas desarrollaron un extraordinario arte escultórico y pictórico, íntimamente asociado a la arquitectura de los espacios donde se realizaba el culto religioso y se concentraban las actividades políticas. Los edificios se construyeron de mampostería y fueron recubiertos con gruesas capas de estuco o con piedras pulidas.
Generalmente las construcciones se adaptaban a los puntos cardinales y a las trayectorias de los astros, y los sitios elegidos para levantar las ciudades presentaban características geográficas que para ellos poseían cualidades sagradas. Los espacios ceremoniales, que por lo común se encontraban en el centro de las grandes urbes, fueron construidos como microcosmos que simbolizaban los grandes espacios del universo: el cielo, la tierra y el inframundo. Además de la arquitectura y la escultura, destacan su extraordinaria cerámica pintada y múltiples objetos pequeños, como joyas de jade, adornos de hueso y concha, obras en pedernal y madera, y figurillas de barro, entre los cuales se incluyeron notables obras de arte.
Una particularidad del arte maya es la gran variedad de estilos, que responden a la autonomía política de las ciudades-estado. Así como no hubo nunca una centralización política, tampoco hubo un arte oficial uniforme, sino una gran libertad creadora, incluso en una misma ciudad. Sin embargo, hay algunas peculiaridades, tanto arquitectónicas como escultóricas y temáticas, que permiten hablar de “arte maya” y que lo diferencian del de los otros pueblos mesoamericanos.
El arte escultórico consiste principalmente en estelas o grandes bloques de piedra aislados que se levantan en las plazas, o en paneles o lápidas que se integran a las construcciones. En el área central este arte se caracteriza por sus formas suaves y ondulantes, inspiradas en la naturaleza, y por la representación realista o estilizada de la figura humana, que siempre es vital y expresiva. En el área norte, por el contrario, en la mayoría de los sitios hallamos formas geométricas diversas, que simbolizan seres divinos y humanos, animales y vegetales, aunque hay excepciones, como la extraordinaria y única fachada zoomorfa de Ek Balam, con expresivas y dinámicas figuras de “ángeles” realizadas en bulto redondo, que alternan con muy diversos motivos simbólicos. Los mayas hicieron también múltiples figurillas de barro, muchas de las cuales son excelentes obras escultóricas, como las de la Isla de Jaina, situada frente a las costas de Campeche.
En el arte pictórico, que se manifiesta principalmente en los murales y en la cerámica, predominan las escenas narrativas y la decoración simbólica, ejecutadas con técnicas diversas. Entre los colores que se aplican destaca el llamado “azul maya”, el cual se lograba con índigo mezclado con arcillas, que le daban las distintas tonalidades. El color azul simbolizó para ellos lo sagrado. Al representarse a sí mismo en el arte plástico, el hombre maya expresó su concepto de belleza, la dignidad y la grandeza del ser humano, al que consideró como el eje del universo, el sustentador de los dioses y, el responsable de la existencia del cosmos íntegro. En numerosas estelas, dinteles y lápidas de las grandes ciudades clásicas, el hombre se retrató en su condición de gobernante, centro y cúspide de la comunidad por decreto divino; lo vemos identificado con los dioses, llevando sus imágenes en los atavíos, en los brazos o en las manos, como en las estelas de Copán; se muestra en su condición de guerrero y conquistador, portando sus armas y humillando a los vencidos, como en los relieves de Toniná y en las pinturas de Bonampak; se presenta en su función de venerador de los dioses, realizando las ofrendas y cumpliendo con los ritos iniciáticos que lo convertían en un chamán, así como con los ritos de entrega de su sangre y de su semen, como en las lápidas del grupo de Las Cruces de Palenque y en los dinteles de Yaxchilán.
Vemos asimismo a los hombres comunes en los distintos aspectos de su vida cotidiana, desempeñando diversas actividades; en su grandeza y en sus miserias, en su condición mortal, como en la cerámica y en las magníficas figurillas de barro de la Isla de Jaina. Rostros humanos, retratos de hombres concretos, alternan con imágenes de los seres sagrados y con numerosos símbolos en basamentos de templos y otras construcciones. Y en todas las imágenes del hombre los mayas lograron gran expresividad y dinamismo, una extraordinaria vitalidad y una incomparable belleza, que son más notables en el arte escultórico del área del río Usumacinta y en Palenque. Los rostros se esculpen con suave elegancia y sencillez, expresan espiritualidad, vida interior y armonía con el mundo; los cuerpos adoptan formas y movimientos naturales y hay un cuidadoso manejo de las manos y los pies, que también son altamente expresivos.
Por esas cualidades y ese sitio peculiar que la representación humana tiene tanto en su arte plástico expresado en los mitos, podemos decir que los mayas fueron el pueblo humanista por excelencia del mundo mesoamericano.
Ejemplo sobresaliente de la idea y la representación del hombre, así como de la concepción de la dualidad que permea todo el pensamiento maya, son las nobles cabezas de estuco halladas bajo el sarcófago de Pacal, en Palenque, tal vez retratos del gobernante y de su esposa, que acompañaron al espíritu del gran señor en su camino hacia la inmortalidad.