Conejo Negro salió de la escuela de jóvenes para casarse con la doncella Guacamaya. Había ingresado a ese recinto después de su rito de pubertad, realizado cuando cumplió trece años, ocasión en que el sacerdote, bendiciéndolo con un hisopo de cascabeles de serpiente, le habían retirado la pequeña piedra blanca que desde los trece años llevaba pegada en la coronilla, y le había dicho que en adelante podía formar parte del mundo de los adultos, adquirir responsabilidades y rendir veneración a los dioses.
Sus padres irían a pedir a la novia, llevando regalos para los padres de ella, y tras varias visitas en las que estos últimos negarían la entrega de la muchacha, finalmente aceptarían el matrimonio y ambos jóvenes se irían a vivir a la casa paterna de Conejo Negro. Él cuidaría la milpa, donde sembraría maíz, frijol, calabaza y chile; cazaría animales silvestres y participaría en los ritos colectivos, mientras que ella, además de criar y educar a los hijos, cuidaría a los animales domésticos, como el pavo y el perro, cultivaría el huerto familiar y tejería los vestidos, recreando en ellos los símbolos de los dioses y del universo, así como la imagen de las plantas y los animales que identificaban a su grupo.
Algunos jóvenes de la edad de Conejo Negro serían sacerdotes, como sus padres, por lo que en grupos especiales les habían enseñado a leer y escribir, los habían obligado a aprenderse las historias sagradas del origen y a conocer los calendarios y los movimientos de los astros, y los habían entrenado en los complejos rituales que diariamente realizaba la comunidad. Otros más habían iniciado su entrenamiento como alfareros, arquitectos, pintores y escultores, oficios que completarían al lado de sus padres.
Las actividades cotidianas en la vida de los mayas prehispánicos fueron la búsqueda y el cultivo de productos para la alimentación, el vestido, la habitación y el trueque; la fabricación de armas, instrumentos, redes, cerámica y otras artesanías; el cuidado de la familia, la participación en la vida comunitaria y los ritos en honor de los diferentes seres sagrados de quienes dependía la existencia.
El mundo vegetal y animal representó una fuente importante de alimentación y de productos curativos; la caza y la pesca, así como la recolección de plantas y frutos, coexistieron siempre con la agricultura. La estrecha armonía con la naturaleza, residencia de los seres sagrados, hacía necesario un acto de ofrenda y de solicitud de permiso a los “Señores de los animales”, como Zip e Ixtab, protectores de los venados, y otros de expiación por la sangre derramada y de agradecimiento por el alimento que proporcionaban los animales, por su piel para protegerse y por sus huesos para labrar instrumentos.
El maíz fue el eje cultural y económico del mundo maya. A través de su domesticación los mayas pudieron crear una sociedad sedentaria, desarrollar sus actividades espirituales y cultivar las artes. Por ser la principal fuente de alimentación se consideró como la sustancia sagrada con que fue formado el hombre, como un ser consciente de sí mismo y de los dioses, a los que habría de venerar. Además, las cuatro clases de maíz: amarillo, blanco, rojo y negro, determinaron los colores de los rumbos cósmicos, lo que muestra la sacralidad de la planta.
En las grandes ciudades, las casas habitación ocupaban distintos sectores. En el principal se hallaban los llamados “palacios”, donde residían los linajes gobernantes. Había asimismo unidades domésticas donde convivían varias familias, sobre todo en los altos estratos sociales, y otras para una sola familia, generalmente en la periferia de la ciudad. Las casas, con sus distintas áreas, se rodeaban de bardas en muchas de las ciudades mayas.
El comercio entre los grupos mayas y otros pueblos mesoamericanos, a base del trueque y del uso de ciertos productos como moneda (granos de cacao, pequeñas hachas de cobre y plumas de aves preciosas como el quetzal) fue otra importante actividad cotidiana que cobró un gran auge en el periodo Posclásico.