Los batidores de piedra que se utilizaban para macerar fibras en la época prehispánica son idénticos a los que después de dos mil años emplean los indígenas otomíes de la sierra norte de Puebla, para elaborar el famoso papel “amate”.
El avance tecnológico no logra suplir todavía aquella sabiduría popular, que llegó a nosotros a través de muchísimas generaciones.
Este tipo de papel se obtiene de la corteza, que debe ser cortada en los meses de abril, mayo y junio, de higueras silvestres del género Ficus, gigantescos árboles de jugo lechoso y enormes raíces, que viven en climas cálidos en los territorios de Chiapas, Guerrero, Morelos, Oaxaca, Puebla, Veracruz y Yucatán, y que pueden ser de colores blanco, negro (prieto) y amarillo.
En la antigüedad, este papel estaba considerado como material sagrado, empleado en ritos y ceremonias religiosas fundamentalmente y su tributo les era obligatorio a enormes regiones que enviaban periódicamente a México-Tenochtitlan, una cifra cercana a las 50 mil hojas de los colores antes mencionados.
Hoy en día, el centro de elaboración más importante de México de este tipo tan singular de papel es San Pablito, Puebla, que lo continúa usando para fines rituales y cuya producción mayoritaria es adquirida por los artesanos guerrerenses de Amealco, Ameyaltepec y Chalitla, que los dibujan y pintan.
El llamado papel de “China” goza también de añeja tradición en el gusto y consumo populares; se le usa en varios estados de la república para hacer manteles, banderitas, adornos de altares y, por supuesto para decorar piñatas, siendo el estado de Puebla y el Distrito Federal donde está el mayor número de talleres familiares dedicados a esta actividad artesanal.