Delimitado por tres ríos de asfalto (Río Mixcoac, Patriotismo e Insurgentes Sur), el antiguo pueblo de Mixcoac asemeja un oasis en medio del caos urbano.
Su centro lo delimita la plaza Jáuregui ubicada en calle Canova y Campana, rodeada de edificaciones del siglo XIX: los pórticos de un antiguo colegio de señoritas, un kiosco, el ex Palacio Municipal (hoy Centro Cultural Juan Rulfo), un masivo edificio rojo que en principio fue obraje de telas, luego vecindario y que ahora ocupa una universidad privada; la casa que habitó Enrique Fernández de Lizardi, autor de El Periquillo Sarniento, la primera novela mexicana y el exconvento de Santo Domingo de Guzmán, construcción del siglo XVI, con un encantador y pequeño claustro.
Digna de mención es también la plaza de San Juan, enmarcada por la parroquia de San Juan Evangelista y Nuestra Señora de Guadalupe y las casas de los Gómez Farías y de Ireneo Paz, abuelo del Nobel de Literatura Octavio Paz. Precisamente, el poeta mexicano hace un recorrido memorioso por este barrio en el que pasó parte de su niñez y adolescencia en Evocación de Mixcoac, pequeño texto fechado en 1989 y cuya lectura permite hacer un recuento de las bajas causadas por la modernidad: la estación de tranvías ya no existe, aunque todavía es posible ver por allí algunos rieles enterrados en el asfalto; un puente de piedra que servía para cruzar el río; un llamativo edificio de rasgos sarracenos que alberga una discoteca y cuyo amplio y alabado jardín queda para la mitología, pues hoy es ocupado por un supermercado y un cine.
No muy lejos de allí, en lo que fueran los terrenos de una ladrillera, el popular Parque Hundido, Luis G. Urbina en su denominación oficial, diseñado por japoneses y “adornado” con reproducciones de piezas arqueológicas prehispánicas sin ton ni son.