La vida para los indígenas de varias tribus que habitaban en el estado de Durango era apacible antes del primer contacto con los europeos, incluso cuando la belicosidad estaba entre sus características más sobresalientes.
En el noroeste, los indios del desierto eran conflictivos: estuvieron en guerra con los conquistadores y luego con los colonizadores hasta la segunda mitad del siglo XIX. Víctimas de terribles epidemias como la viruela y de las campañas de exterminación, las comunidades del norte, este y oeste del estado desaparecieron. Xiximes, acaxes, tobosos, cocoyames, tarahumaras y tepehuanos del norte fueron eliminados. Otros grupos como los chichimecas, cuya existencia se remontaba a miles de años atrás, al ser conquistados perdieron su tierra y su derecho a vivir.
En este escenario, mientras en unas zonas del estado de los indios luchaban sin éxito; en ciertos lugares de la Sierra Madre Occidental, gracias a lo inaccesible, tepehuanos del Mezquital y Pueblo Nuevo, huicholes, mexicaneros y unos pocos coras en el sur sobrevivían a cualquier ataque, tal vez gracias a que contaban con un carácter firme y tenían cohesión como grupo.
Aun cuando en el Virreinato los pueblos indígenas lograron los títulos reales de sus tierras, no fue sino hasta después de 1926, durante la Cristiada, cuando las autoridades federales y las tropas de Viva Cristo Rey les refrendaron sus títulos de propiedad. De este modo se formaron las grandes comunidades que existen hasta la fecha. Con las nuevas vías de comunicación no resulta tan sencillo visitar las comunidades indígenas como Temoaya, Mezquital y en cierto grado Santa María de Ocotlán, donde residen los tepehuanos. Un poco más lejos está el pueblo de Huazamota, donde los tepehuanos de abajo encontraron su hogar. No olvide visitar las rancherías de los huicholes, donde se encuentran cabañas de renta y actividades de turismo naturaleza.