La horca y la pica, símbolos de la justicia real, ocupaban la parte central de este espacio durante la época colonial, que también sirvió de centro cívico y plaza de toros. En torno a ella, se trazaron los primeros solares de los vecinos. Al celebrarse desfiles militares después de la Independencia, se llamó Plaza de Armas, y tiempo después le fue colocado un monumento al presidente Antonio López de Santa Ana.
En este amplio espacio encontrará diversos atractivos, principalmente un enorme quiosco de cantera que pudiera ser su símbolo, diseñado por el arquitecto F. Gomes Palacio y construido en 1950, como señala la inscripción en uno de sus muros. Se distingue por una cúpula semiesférica, y sobre los arcos ornamentados de su planta baja, ocupada por una tienda de artesanías, se leen los nombres de varios hijos predilectos de Durango: Silvestre Revueltas, Ricardo Castro, Fany Anitúa, entre otros.
Cuatro fuentes de estilo barroco, bellamente iluminadas por la noche, aportan frescura a la plaza con sus chorros de agua cantarina. Árboles de poca altura y zonas ajardinadas de trazo dinámico se distribuyen en este espacio. Llamará su atención las bancas de hierro por su diseño; armazón de fierro con el escudo de la ciudad en el respaldo al centro, pero el asiento es a base de tablas de madera, debido a que los rayos del sol calientan menos dicho material que a las barras de fierro mismo. Los duranguenses han querido preservar el perfil antiguo de su plaza, para lo cual se han rehecho varias de las fachadas de los inmuebles que la rodean, como el llamado Edificio Bancomer.
La Plaza de Armas ha sido testigo fiel de la vida social, cultural y política de sus habitantes. Es sin duda el sitio más significativo relacionado estrechamente con la fundación de la población duranguense.