Casi rasgando el cielo con los picos irregulares de su cabeza, el Xinantécatl nevado, el volcán de Toluca, se esfuerza diariamente por atrapar las nubes para pintarse de blanco con ellas.
En invierno, cuando casi siempre lo logra, este emblema de la naturaleza del Estado de México parece alzarse y voltear al oriente en busca de las miradas de los otros dos colosos de la entidad, el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl.
Pero los casi 29 mil kilómetros cuadrados de tierras de la entidad son suficientes, además, para contener una variedad de contrastes paisajes que hacen dudar a quien la recorre de que se halla en el mismo estado.
En su extremo noroeste, allá por los rumbos de Teotihuacán y Otumba, el semidesierto deleita con sus nopales y tunas acarameladas, sus biznagas de asombro y sus magueyes que abren los brazos al cielo como coronas afiladas y verdes.
En el sur de la entidad, por allá donde se abraza con su vecina Guerrero, se siente el calorcito semitropical, como una probadita de la cuenca del Balsas, que inyecta vida a millones de flores y de frutos que salen de allí para todo México y varias naciones.
Los lagos y las presas no son menos destacados por su belleza y abundancia. Los hay muy fotogénicos, como el de Valle de Bravo, o poco retratados, como la laguna Huapango, y casi desconocidos, cual ocurre con el nuevo lago de Texcoco, que en invierno se llena de garzas, pelícanos y patos.
México, estado de rostro bello, fue dotado con entrañas ricas, como para no desentonar. Son prueba de ello los preciosos minerales de la región de Sultepec, las aguas vaporosas y nutritivas que brotan del subsuelo en Tonatico o en Ixtapan de la Sal, y la galería de esculturas milenarias de carbonato de calcio, en otras palabras, las grutas de la Estrella.
Y ni hablar de las curiosidades naturales del estado porque son tema para rato; los prismas basálticos miniatura del Tetzcutzingo, la extracción de sal comestible en el ex lago de Texcoco, las minibarrancas bellamente erosionadas de Chapa de Mota, el pequeño volcán con su interior cultivado de Xico.
La entidad mexiquense, que como herradura de buena suerte rodea a la capital del país, regala su fortuna en tesoros naturales a quien se acerca a disfrutarlos.