Enclavado en una eterna llanura, Venado es como un oasis en el desierto. En ninguna otra población del Altiplano la arquitectura hermosa, sobria y “colonial” se ha conservado tanto como ahí. Sobre la avenida principal resaltan las casonas con fachadas largas y austeras, pero adentrarse en las callejuelas es descubrir otras igual o más imponentes, como el ya desaparecido Hotel México, que primero fue una fábrica de vino (mezcal) y ahora, casi en ruinas, es casa habitación de una humilde familia.
Del mismo modo, un factor que distingue a este pueblo del resto de sus vecinos, es que siempre tiene agua en un arroyo que lo cruza. Esto le da frescura y ambiente de bonanza. El vital líquido brota de un ojo de agua que, asimismo, es un balneario muy visitado por lugareños y vecinos de otros poblados.
Fundada en 1591 por un negro, Juan Escalame, Venado es una de las poblaciones más antiguas del estado. De aquellos años ya nada perdura, salvo el convento (1593) de San Sebastián. De fechas posteriores es el templo parroquial dedicado a la Purísima Concepción, cuyo frontispicio neoclásico es de este siglo. No obstante, aún se aprecia la exhacienda de Guadalupe que, en sí, fue una fábrica de textiles y mezclillas. El torreón y los recios arcos del acueducto completan el cuadro de antigüedad y abolengo.