Aunque pocas personas conocen las características de La Boda Tarasca, resulta de gran interés que en algunas comunidades se sigan llevando a cabo estos “casorios”.
En la actualidad aún se conserva la mayor parte de los rasgos de la ceremonia, aunque con ciertas modificaciones, producto de la modernidad, que se manifiestan ya desde la forma de vestir de la guariti (mujer), y así el traje típico ha dado paso al vestido blanco. En el caso de los hombres, éstos dejaron el traje de manta blanca, el gabán y los huaraches, por la mezclilla y las botas.
Antiguamente, entre las comunidades de la sierra a la boda se le llamaba kánakua, voz tarasca que significa “corona”, ya que durante el enlace se portaba sobre la cabeza una corona de pan. En la actualidad ésta ha sido sustituida por una corona de pequeñas flores, y se emplean los términos tembúchakua para boda, tembucha o tembúchani para novio, y témbua o tembúnani para novia. En el caso de la región de la laguna, al casorio se le llamaba kúpura.
El primer día de la boda desde el amanecer las campanas de la iglesia no dejan de sonar, recordando a todos los pobladores el evento que se llevará a cabo. Llegada la hora, los novios son acompañados por sus parientes desde sus respectivas casas.
Después de la ceremonia religiosa, esposos, invitados y familiares, acompañados del cuetero y de la banda de música que interpreta diferentes pirekuas (canciones), se trasladan a la casa de los padrinos o tátispiri, quienes con gran algarabía brindan su hogar a todos los presentes.
Las mujeres y los hombres forman dos grupos. Mientras unas mujeres se encargan de las labores de la cocina, otras atienden a los invitados, teniendo la preferencia los de sexo masculino. Debido a la hora, a todos los asistentes se les ofrece un jarro de atole, acompañado de varias piezas de pan.
Los ancianos (tata keri) de la comunidad, los padres de los novios, los recién desposados y los padrinos entran a una de las habitaciones de la casa, y en lengua tarasca proceden a pedir por el bienestar de la pareja. Arrodillados ante un altar con diversas imágenes religiosas y veladoras, dan gracias a su dios por permitirles celebrar la unión. El altar se complementa con botellas de alcohol de caña, figuras de pan, cigarros, y más, que representan la abundancia de la cual estará rodeada la pareja.
En la casa del novio un ejército de parientes preparan gran cantidad de corundas, que son unos tamales de masa de maíz envueltos en hojas de la misma planta, las cuales son cocidas al vapor en ollas de barro, o a veces en tinas de aluminio, para satisfacer la gran demanda. También se prepara el churhipu, que es carne de res en caldo con chile, muy similar al mole de olla, todo acompañado con la tradicional charanda.
Para trasladarse de un lugar a otro, como ritual permanente se debe ir bailando por las calles del pueblo al ritmo de la música que toca la banda, esto se repite invariablemente en todos los lugares que se visitan, donde además no se podrán despreciar los alimentos que los anfitriones otorgan a los invitados.
Durante uno de los recorridos por el pueblo, los hombres llevan colgando del hombro unos atados de leña simulados, de donde penden pequeñas tiras de carne seca, símbolo de la responsabilidad masculina de proveer recursos a la casa. En cuanto a las mujeres, éstas portan su rebozo tradicional, en el que colocan una pieza de pan en forma de niño, y completan su ornamentación con las ramas de un árbol del lugar, significando con ello la fertilidad materna y el cuidado de la familia.
Los padrinos juegan un papel muy importante dentro de la ceremonia. El ser padrino no es cosa fácil, pues éste deberá llevar cargando durante dos recorridos los enseres domésticos que les han regalado a los jóvenes esposos, utensilios que van desde piezas de plástico, como platos y escobas, hasta ollas de peltre, cazuelas de barro, metate y molcajete, lo que representa un verdadero reto de resistencia, ya que el recorrido abarca toda la comunidad.
Es común que en una parada en la casa de la novia todos los invitados se formen en dos filas paralelas, y a cada persona se le dé atole verde de grano de maíz, conocido como kamata, el cual se toma directamente del plato, a la vez que se baila al ritmo de la música.
Al final de la ceremonia la novia es llevada a la casa de los padres del novio, en cuya entrada la esperan las “maringuiñas” (hombres disfrazados de mujer), quienes la hacen recorrer el lugar a toda velocidad para mostrarle el que será su nuevo hogar, y que compartirá con su familia política por lo menos un año, tiempo durante el cual será la encargada de realizar todas las actividades domésticas de la casa. En otras ocasiones la recién casada es introducida a la cocina, en donde se le embarra la cara con cenizas del fogón, otorgándole con esto el título de responsable absoluta del lugar.
Familiares y amigos manifiestan a los novios su beneplácito dándoles prendas de vestir, que para la novia van desde faldas y blusas de colores llamativos hasta zapatos, mientras que para el novio son sombreros, cinturones, camisas, pantalones y botas, cobijas y cobertores. En todos los casos los novios deberán bailar con el otorgante, con el obsequio puesto sobre los hombros o en las manos, como muestra de agradecimiento.
En esta región de México las ceremonias de los pueblos indígenas y el simbolismo de sus costumbres tienen un gran significado, lo que ha permitido que subsistan nuestros días.