El ser humano inventó el concepto de tiempo a partir de la observación de los fenómenos naturales y del movimiento de los cuerpos celestes, y ha adecuado sus actividades en función de esto.
Las culturas mesoamericanas se adentraron en el estudio de las matemáticas y la astronomía, y crearon el calendario, considerado como una de las aportaciones de las civilizaciones mesoamericanas a la cultura universal.
Los calendarios han sido a lo largo de la historia y de las culturas, el soporte preferido de las celebraciones y en torno a ellas, de los ritos, los mitos, los conocimientos, los dogmas y las costumbres que mejor las definen.
Cuando los españoles llegaron al Nuevo Mundo, algunas de las culturas con las que estuvieron en contacto estaban en su máximo apogeo: Mesoamérica parecía, al igual que Egipto y Mesopotamia, la encrucijada de las grandes culturas del continente, el crisol en que éstas se fundían, conservándose lo mejor de cada una de ellas. Los calendarios de la zona son un fiel reflejo de ese esplendor y de esa síntesis cultural. Los mayas, los toltecas y los aztecas son los pueblos cuya cultura se impuso.
Los calendarios avanzaban con las respectivas culturas. Por más que en los mitos respectivos cada uno aparezco como iniciador del tiempo, el caso es que los calendarios maya, nahua y azteca pertenecen a una misma fuente cultural. En el año 249 a.C., el calendario romano era un auténtico caos, y aún faltaban siglos para la reforma juliana que instituyó los años bisiestos. En ese mismo año se reunieron los sacerdotes de las tribus nahuas para corregir las desviaciones de su calendario, introduciendo el año “bisiesto”. La reunión tuvo lugar en Huehuetlapallan, una de las siete ciudades mexicanas que formaban Chicomoztoc.
Cuando llegó Cristóbal Colón a América, hacía tan sólo 38 años que los aztecas habían reformado su calendario, que era de 365 días, para intercalar el año bisiesto. Cuando llegó Hernán Cortés a México, elcalendario azteca acababa de ser reformado, y el año empezaba el día primero de Atlacomulco, que coincidía con nuestro primero de marzo.
Entre las culturas centroamericanas se instituyó la celebración del mercado cada cinco días y por tanto la semana era de cinco días. En la cultura actual fue la sacralización del número siete lo que determinó que nuestra semana sea de siete días.
Según los mitos aztecas fue el dios Quetzalcóatlel que enseñó al hombre el calendario. El pueblo azteca daba gran importancia al tiempo, que era registrado en dos calendarios: el de 365 días, xihuitl, considerado el calendario solar o agrícola, compuesto por 18 meses de 20 días, mas cinco días “inútiles” o “aciagos”; y la Cuenta de los Destinos de 260 días, llamada tonalpohualli, que tenía más bien carácter adivinatorio.
Los aztecas dividían el calendario solar en cinco periodos de 73 días, a los que llamaban: Cocij cocij cogaa, era el tiempo del agua y del viento simbolizado por el cocodrilo. Cocij col lapa, era el tiempo de las cosechas, representado por el maíz. Cocij piye chij, era el tiempo santo o de fiesta, representado por el águila o el guerrero. Cocij piye cogaa, tiempo de secas e inicio del calendario, representado por el tigre. Cocij yoocho, tiempo de las enfermedades y las miserias, representados también por el tigre.
El tonalpohualli estaba dividido en 13 meses de 20 días cada uno. Cada día tenía un nombre y se combinabaal girar con un número del 1 al 13, hasta completar los 260 días. Cada día con su numeral tenía una carga energética que lo conectaba con las fuerzas del cosmos, y estaba bajo la protección de un dios, se relacionaba a un rumbo del universo y a un color, y tenía un augurio asociado.
Los 18 meses del calendario solar de 365 días, recibían los siguientes nombres: Atlcahualo: febrero – marzo. Tlacaxipehualiztli: marzo. Tozoztontli: abril. Hueytozoztli: abril – mayo. Txcatl: mayo – junio. Etzalcualiztli: junio. Tecuilhuitontli: junio – julio. Hueytecuilthuitli: julio. Tlaxochimaco: agosto. Hueymiccailhuitl: agosto – septiembre. Ochpaniztli: septiembre. Pachtontli: octubre. Hueypachtli: octubre – noviembre. Quecholli: noviembre. Panquetzaliztli: diciembre. Atemoztli: diciembre – enero. Tititl: enero. Izcalli: febrero. Nemontemi: febrero.
Mediante el uso de los calendarios, a los aztecas les fue fácil representar el desarrollo del tiempo. Parece que antes de llegar a estos niveles en la medición del tiempo, los aztecas sólo tenían cuatro nombres que se iban repitiendo hasta completar el mes. Estos nombres eran ácatl, tepatl, calli y tochtli, que representaban a los cuatro astros: Sol, Luna, Venus, Tierra, a los cuatro vientos, a las cuatro estaciones, o a los cuatro elementos. Aunque parece que desde tiempo antes dividían el año en estaciones; que se guiaban por los equinoccios y los solsticios; y que dividieron el día en 16 horas: 8 laborales, desde la salida a la puesta del Sol, y las 8 restantes de descanso.
También instituyeron el periodo de 52 años, formado por cuatro haces de años. al cumplirse dicho periodo en que ajustaban exactamente el calendario al Sol, celebraban una extraordinaria fiesta religiosa en la que se extinguía el fuego viejo y se encendía un nuevo fuego sobre el cuerpo de la víctima humana que con ese motivo se iba a sacrificar. Todos los fuegos del imperio se extinguían antes de tan importante ceremonia y después de la gran oscuridad, llegaba la explosión de la luz: infinidad de antorchas encendidas en el fuego nuevo de la pira del sacrificio, partían en dirección a todas las ciudades y poblados. Es de notar el singular paralelo con la celebración judeocristiana de los jubileos cada 49 años, siendo el quincuagésimo, el año jubilar.
LA PIEDRA DEL SOL
La Piedra del Sol fue descubierta el 17 de diciembre de 1790 en el costado sur de la Plaza Mayor de la ciudad de México, en un área cercana a la acequia que corría por el costado meridional del Palacio Nacional. Este monumento está labrado en bajorrelieve en un monolito basáltico, tiene un diámetro de 3.60 metros y pesa 25 toneladas. Después de su descibrimiento, la Piedra del Sol se colocó en el muro del costado poniente de una de las torres de la Catedral Metropolitana. En ese lugar la escultura se deterioró no sólo por estar al aire libre, sino porque la gente lanzaba inmundicias y fruta podrida al relieve calendárico.
En 1885 los militares del gobierno porfiriano desprendieron el monolito del muro de la Catedral, para conducirlo al salón principal del Museo Nacional, que estaba ubicado en uno de los patios del Palacio Nacional, con salida a la calle de Moneda. El Calendario Azteca se convirtió en la pieza centeal de la “Galería de Monolitos”, que se fundó en 1887. Actualmente, la Piedra del Sol puede visitarse en la sala Mexica del Museo Nacional de Antropología, en la ciudad de México.
El primer estudio sobre la Piedra del Sol lo hizo Antonio León y Gama en 1792. Desde entonces, se han realizado infinidad de investigaciones sobre el monolito. Una de las preguntas más frecuentes sobre esta escultura es si su posición original era horizontal o vertical. Se piensa que la posición de la Piedra del Sol debió ser horizontal y mostraba la imagen del relieve solar como en muchos otros monumentos de forma cilíndrica. Se han realizado varias propuestas sobre el valor numérico de cada uno de los elementos presentes en el relieve, de tal manera que gracias a complicadas operaciones matemáticas, se supone que el monolito representa la suma de observaciones astronómicas y el resultado de complicados cómputos calendáricos.
El diseño de esta enorme escultura se compone de una imagen central rodeada de cinco círculos concéntricos. En cada una de estas bandas circulares aparecen elementos que conforman el sentido simbólico de connotación calendárica de este relieve.
La deidad que se encuentra al centro de su diseño ha provocado muchas polémicas: hay quienes dicen que se trata del dios Tonatiuh, el dios del Sol; Xiuhtecuhtli, la diosa del centro del Universo, e incluso Huitzilopochtli. Hace unos años se planteó que esta imagen tiene que ver con el inframundo, con la tierra, o que es el Sol nocturno.
Al rededor de la imagen central de la Piedra del Sol, en el primer círculo, aparece la representación de los soles generados del mundo: 4 jaguar, el primer Sol; 4 viento, el segundo Sol; 4 lluvia de fuego, el tercer Sol; 4 agua, el cuarto Sol.
A continuación de los soles cosmogónicos, en la siguiente banda circular, se encuentran los 20 signos de los días del calendario indígena: lagarto, viento, casa, lagartija. En conjunto, estos elementos vinculan el movimiento del Sol con la conformación del ciclo calendárico.
Sobre el círculo anterior se apoyan cuatro rayos solares en forma de ángulo y conforman otra banda circular, que incluye elementos que simbolizan el universo y el calor del Sol que se extiende por todos los rumbos. En la siguiente banda circular se aprecian las puntas de cuatro púas sagradas en medio de sus ocho remates, con un quincunce, tres plumas y un jade cada uno. Complementan el diseño circular hileras de plumas cortas de águila, corrientes de sangre, bandas de chalchihuitl y remates que simbolizan sangre.
El disco solar está limitado por dos serpientes de fuego o xiuhcóatl que abren sus fauces, de las cuales emergen los perfiles de dos deidades contrapuestas, que se ha propuesto que serían Tonatiuh, el dios solar, y Xiuhtecuhtli, el dios del fuego, que aquí simbolizan el cielo nocturno estrellado y el lugar de la tierra-noche, donde se hunde el Sol al ponerse.
Los cuerpos de las serpientes mitológicas se conforman por una secuencia de elementos flamígeros encerrados en cuadros. En medio del remate de las colas de las serpientes se encuentra la fecha calendárica: 13 caña, que de acuerdo con los principales cronistas fue el año en que nació el quinto Sol, Ollin Tonatiuh.