Los aztecas eran politeistas, tenían varios dioses, rendían culto a la lluvia, a los astros y otros fenómenos naturales.
Para los aztecas el Universo fue originado por la Cipactli, una especie de serpiente-dragón que vivía sola en el cosmos. Según la mitología fue dividida en tres partes, de su cabeza nacieron los 13 cielos, de su cuerpo nació el Tlalticpac o la Tierra y de su cola, los nueve inframundos.
LOS TRECE CIELOS
En el primer cielo se mueven la Luna y las nubes. Aquí vive Meztli, la Luna; Tlazolteotl, la comedora de inmundicias; Tiacapan, la hermana mayor, la que va guiando; Ixcuina, la que quita el rostro; Tecotzin o Teicu, la menor. Todas ellas representaciones de las fases de la Luna. Aquí también vive Tláloc, dios de la lluvia, “el que punza el vientre de la nube”, y Ehecatl, dios del viento, “el que hace caminar a las nubes”.
En el segundo cielo se mueven las estrellas, Cintlalco; la vía láctea, Citlaltonac; la Osa Mayor, Tezcatlipoca; la Osa Menor, Citlaxonecuilli y la constelación de Escorpio, Colotl.
En el tercer cielo se mueve Tonatiuh, el Sol. En el cuarto cielo se encuentra Venus o Quetzalcóatl, bajo la advocación de Tlahuizcalpantecuhtli, señor de la casa de la aurora. También vive aquí la diosa de la sal, Huixtocihuatl.
El quinto cielo alberga a los cometas, Citlallinpopoca, “las estrellas que humean”. En el sexto cielo yace la noche, Tezcatlipoca, con sus poderes nocturnos. En el séptimo cielo se encuentra el día, el cielo azul, Huitzilopochtli. En el octavo se encuentran las tempestades, donde está Tláloc, junto con Iztlacoliuhqui, el dios “cuchillo torcido, señor del hielo”.
El noveno cielo es la región del blanco. El décimo cielo es la región del amarillo. El onceavo cielo es la región del rojo. El duodécimo cielo es la morada de los dioses. El decimotercer cielo es el Omeyocan, “lugar de la dualidad”. Éste es el lugar en donde habita la deidad suprema, el principio de la divinidad, la dialéctica que genera el movimiento en el mundo.
LA TIERRA
La Tierra, Tlaltipac, se define a partir de los cuatro puntos cardinales y un eje central. Aquí se encuentra todo lo que vemos, nuestra existencia, las penas y alegrías.
EL INFRAMUNDO
Este sitio no tiene nada que ver con el infierno cristiano, si bien se encuentra por debajo de la tierra como aquél, es el lugar a donde tienen que ir todos los seres que han muerto para lograr descarnarse y que su alma llegue a su forma más pura. Dependiendo de la forma en que mueran podrán ir a distintos lugares en donde alcanzarán el descanso eterno.
El inframundo se compone de nueve niveles empezando por el que se encuentra justo debajo de la superficie terrestre.
Primer nivel: Aquí los recién llegados vadean un río con la ayuda de un perro, de ahí la costumbre de venerarlos y tratarlos con respeto.
Segundo nivel: Aquí dos grandes montañas se acercan y alejan impidiendo el paso a los muertos, así que tienen que cruzar entre ambas rápidamente y con cuidado para no quedar aprisionados.
Tercer nivel: Llamado “cerro de navajas”, donde los visitantes son atacados con cuchillos de obsidiana y pedernal sumamente afilados.
Cuarto nivel: En este estrato hace un frío que corta y también cae nieve.
Quinto nivel: En este sitio se encuentran los vientos más fuertes, los cuales levantan los cuerpos y los golpean a su merced.
Sexto nivel: Aquí mora el dios “de las flechas erradas”. Todas las flechas que se han perdido en batalla y que no han acertado un blanco, son lanzadas por él a los muertos en su camino y de este modo, los va desangrando.
Séptimo nivel: Es la morada de un jaguar que devora los corazones.
Octavo nivel: Aquí el alma es por fin liberada de su cuerpo, de toda sensación y dolor.
Noveno nivel: Es el recinto de la muerte o del descanso eterno. Chicunamictlan está regido por los señores del inframundo: Mictlantecuhtli y Mictlancihuatl. Una vez vencido el último obstáculo, formado por una extensión de nueve aguas, las almas alcanzan la paz eterna.
LAS MORADAS FINALES
Tonatiuhchan se ubica al oriente, es la “casa del sol”, aquí llegan los guerreros muertos en combate y todos los que fueron sacrificados al culto solar. Está cubierto con flores blancas, amarillas y rojas. Los guerreros y los sacrificados se reúnen al amanecer para llevar al Sol por el camino del cielo hasta que éste alcanza el cenit.
Cinclaco se ubica al poniente y es el lugar de la casa del maíz o el lugar de las mujeres. A este lugar van las mujeres que han muerto dando a luz a su primer hijo, en la creencia de que éste podría un futuro guerrero, se entiende la labor de parto como una gesta guerrera. Son las famosas Cihuateteo, encargadas de revelar a los guerreros en el cenit y llevar al Sol hasta el ocaso, donde entrará en las regiones del inframundo.
Tlalocan se ubica al sur, en este sitio se encuentran los que han muerto ahogados, por un rayo, de hidropesía y lepra, debido a que estas enfermedades están relacionadas con Tláloc.
Tamoanchan es el lugar de nuestro origen, a este sitio van los que han muerto siendo niños, aquí hay un árbol del cual mana leche para alimentar a las almas antes de nacer. Estos niños pueden regresar a completar su ciclo de vida y morir definitivamente.
EL PANTEÓN AZTECA
Auí mostramos los principales dioses del panteón náhuatl. Hay que estudiar a fondo para entender bien la teología de los aztecas, ya que la mayoría de los dioses son advocaciones diferentes de un mismo dios, un dios dependiendo de la función que esté realizando toma cierta identidad.
Centeotl: “Diosa del maíz seco”, según la madurez de la mazorca se la llama con diferentes advocaciones.
Coatlicue: “La de la falda de serpientes”. Advocación antigua de Omecihuatl que representa la tierra, la gestación, la fertilidad, la abundancia y el alumbramiento. De ella brotan los remolinos de polvo y aire, como corazón de la tierra, provoca los temblores y las grietas en la tierra.
Coyolxauhqui: “La que se afeita a la manera antigua” o “la del rostro pintado con cascabeles”. Representa a la Luna en el mito de Huitzilopochtli, su hermano, es hija de la Coatlicue. Muere todos los días descuartizada por la Xiuhcoatl “serpiente de fuego”, el arma de la deidad solar. Su simbolismo lunar incluye las aguas y la tierra, la fertilidad, el nacimiento y la guerra cósmica entre el Sol y la Luna, día y noche.
Chantico: “En el hogar” es la diosa protectora del fogón del hogar, es decir, de la vida familiar, de la esposa, de la madre y ama de casa. Como deidad del hogar y de las instituciones e instintos femeninos, participa en los ritos relacionados con la predestinación y la adivinación. Se le invoca desde la construcción de una vivienda.
Huitzilopochtli: Otra deidad con el mismo origen mítico-histórico que Quetzalcóatl. Su mito empezó con la peregrinación de los aztecas. Huitzilon, es el sacerdote que inicia la marcha desde el norte hasta el altiplano, y después de su muerte es deificado.
Mayahuel: Es la diosa de la planta del maguey y la fertilidad. Protectora de los úteros maduros que regresan a la vida. Mayahuel tiene muchos pechos para alimentar a sus niños. Mayahuel es la esposa de Patecatl.
Meztli: “La Luna”, es la contraparte del Sol. Lleva un caracol que está asociado a la matriz y al nacimiento. Tiene sus cuatro hermanas quienes ayudan a las labores de parto y desencadenan las pasiones humanas. Al igual que a Meztli se les representa con caracoles.
Mictlantecuhtli y Mictlancihuatl: “Señor y señora del Mictla o de la muerte”. Las segundas manifestaciones de Ometeotl, son los antagonistas de la primera pareja, los que quitan y provocan la muerte.
Ometeotl: “Dios de la dualidad”, también llamado Moyocoyani, “El que se creó a sí mismo”. Él se pensó y se inventó para constituir el principio y generar todo el que existe. Fue la primera manifestación divina, que dio origen a todo.
Ometecuhtli y Omecihuatl: “Señor y señora de la dualidad”. Las primeras manifestaciones de Ometeotl, la partición de las energías, activa y pasiva, femenina y masculina. Son los dioses creadores de todo lo que existe.
Opochtli: “El de la mano izquierda”. Dios sagrado de los pescadores y los cazadores de pájaros. Durante un periodo de la historia azteca fue una deidad de considerable importancia, ya que, por generaciones, los aztecas habitaron en pantanos y dependían de la comida diaria a base de pescado de los lagos, y de pájaros de los juncos.
Quetzalcoatl: “Serpiente emplumada”, Quetzalcoatl es uno de los dioses más complejos del panteón náhuatl, debido a que tiene varias advocaciones y a que su figura permanece como un mito. No se sabe a ciencia cierta si este numen existió, sin embargo, su influencia se dispersó por toda Mesoamérica llegando a erigirse como el dios principal de estos pueblos, por lo general se le considera el representante de lo material y lo espiritual.
Su figura combina los aspectos terrenales y celestiales, mezclando la serpiente, un símbolo universal de fertilidad, movimiento y energías telúricas, con el ave, mensajera e intermediaria de los hombres con los dioses.
Estas son sus advocaciones: Ce Acatl Topiltzin Quetzacóatl: es la representación humana de Quetzalcóatl como sacerdote que cae en el pecado y que mediante la penitencia se redime. Ehecatecuhtli o Ehecatl: “Señor del viento”, está representado con una máscara de pico de ave. No sólo es la representación del aire como tal, sino también del soplo de vida, del aliento divino que se imprime en los seres para dotarlos de movimiento. Además, es también el aire que separó el agua del cielo y de la tierra. Tlahuizcalpantecuhtli: “Señor de la casa de la aurora”, es la representación de Venus en su aspecto matutino. Simboliza la luz que rompe con las tinieblas, la luz del conocimiento o de la iluminación espiritual. Xolotl: “Gemelo divino”, es la representación de Venus en su aspecto vespertino, y se muestra en la forma de un perro. Es el alter ego de Quetzalcóatl, representa la lucha entre la razón y el instinto.
Tlaloc y Chalchiuhtlicue: El nombre correcto de Tlaloc es Tlalloccantecuhtli “señor del lugar donde brota el vino de la tierra”. La traducción de Chalchiuhtlicue es “la de la falda de jades”. Ambos son númenes del agua en todas sus formas, la lluvia, los ríos, las nubes de tormenta, etc. Se entiende también por “agua de vida” o vino, la sangre que ofrendan los hombres y los dioses, la sangre que cae en gotas de los miembros punzados con espinas de maguey.
Tlaltecuhtli: “Señor de la Tierra”, se le representa con la figura de una rana de pelo encrespado, enredado de alacranes, arañas y bichos que simbolizan su conexión con el inframundo. Tiene garras en pies y manos, la boca inmensa y abierta con colmillos o múltiples bocas en las coyunturas, como símbolo de su poder devorador. Sin embargo, esta imagen no debe de engañar, tras ella esconde la boca que entrega la vida nuevamente al mundo, la que le da vida a los seres de la tierra.
Tonacatecuhtli y Tonacacihuatl: “Señor y señora de nuestra carne o del sustento”. son otras advocaciones de Ometecuhtli y Omecihuatl. Representan el sustento diario, el aspecto humano y paternal de los dioses como proveedores del alimento en la vida diaria, simbolizan el aspecto bondadoso y fraternal de lo espiritual.
Xipe-Totec: “Nuestro señor el desollado”. Su característica más importante es la de utilizar sobre su cuerpo una piel humana tomada de una víctima sacrificada en su nombre. Esta deidad está relacionada con la primavera y simboliza el renacimiento evocado por el cambio de piel.
Xiuhtecuhtli: “Señor del fuego y del tiempo”. Advocación antigua de Ometecuhtli, como el que genera el calor, la vida, el tiempo y la luz.
Xochipilli: “Señor noble de las flores”, en su casa es donde se instruye a los poetas, músicos y danzantes. Es dios de la primavera, de las flores, del baile, del amor y del verano. Se le representa adornado con flores y mariposas.
Xochiquetzal: “Flor preciosa”, es patrona de los plateros, pintores, tejedores de plumas y de las artes y oficios. Ayuda en los temas del amor y en lo sexual y pasional. Es numen de la belleza y las flores, se le representa como una bella joven, decorado con flores y zarcillos de oro. En las manos lleva manojos de flores y su huipil y falda de color azul tienen flores bordadas de todos colores adornadas con plumas.
Yacatecutli: Era el patrón de los viajeros de la clase mercantil. Lo adoraban colocando sus bastones juntos y salpicando con un montón de sangre sus narices y orejas. El bastón del viajero era su símbolo, al que se le hacía una oración y se le ofrecían flores e incienso.