Es un material sobre el que no se tiene certeza de cuando fue introducido en México; en tanto que algunos estudiosos aseguran que fue hacia mediados del siglo XIX, otros sostienen que esto sucedió con anterioridad.
Los únicos datos confiables con lo que contamos provienen del prestigiado taller artesanal de “Carretones”, ubicado en el barrio de la Merced, de la ciudad de México, que debe su nombre al de la calle donde hasta la fecha se localiza y que fue fundado en 1891; y a los datos recabados por el profesor José Rogelio Álvarez, quien los publicó en 1960, en la hasta ahora insuperable investigación sobre el “Vidrio Soplado”.
Este autor nos dice que en 1895 don Odilón Ávalos, quien fuera un emprendedor artesano abrió, también en la ciudad de México, una factoría de vidrio soplado que trasladó a Guadalajara, Jalisco, en 1905. El prestigio de esa empresa le valió a su fundador el más alto galardón otorgado por el gobierno local en 1954.
Antes de continuar con algunas generalidades sobre este tema, hay que aclarar que si bien es cierto que el vidrio “soplado” es el más conocido, existen también el “escarchado”, el de “burbuja”, “prensado”, “estirado”, “esmaltado”, “caso con metal” y el llamado de “pepita”, cuyos talleres de producción más importantes se localizan en las ciudades de Guadalajara, México, Puebla y Texcoco.
“La materia prima para esta artesanía es el simple vidrio de desperdicio: pedacería polícroma, de todos los orígenes y calidades. No tiene la industria necesidad de producirlo a partir de arenas carbonatos, feldespatos y calizas… participa, pues, esta línea del arte popular de una de las notas que caracterizan al género: el aprovechamiento, la recreación de materiales locales dados de por sí en los medios urbanos…”
La pedacería de vidrio que fue mencionada, de muchos colores y de muy diversa procedencia, se derrite en el horno a 1200° de temperatura, convirtiéndose en un caldo viscoso al que se añade el color deseado: óxido crómico, para el verde, borato de plata para el amarillo, bióxido de manganeso para el violeta, óxido de cobalto para el azul y oro, selenio u óxido cuproso para obtener el color rojo.
Estas tonalidades, así como las opalinas, requieren del artesano una gran experiencia y habilidad para obtenerlos.
El valor métrico de la producción de vidrio artesanal se fijan en razón directa de las dificultades que presenta su elaboración.
“Las piezas comunes son aquéllas que se trabajan con uno solo de los colores tradicionales. Pueden estirarse, estrellarse o escarcharse lo cual va suponiendo, en el sentido de su complejidad, méritos adicionales. Las especiales, a su vez, son las que entrañan, respecto de las anteriores, una novedad en material o diseño.
Dentro de esta línea goza de especial crédito el vidrio plaqué, que produce a contraluz las apariencias de una veladura…”
Es frecuente escuchar en nuestros talleres artesanales de vidrio expresiones de eventuales compradores tales como: “parece de Murano”, y lo curioso es que esos comentarios no los formulan los turistas extranjeros, sino nuestros mexicanísimos compatriotas. Al parecer para algunos mexicanos, desafortunadamente piensan que, para que un objeto sea bello o de un nivel artístico superior, debe ser necesariamente de importación.