Recibe este nombre el viejo casco de la ciudad colonial y decimonónica integrado por 668 manzanas que albergan unos mil 500 edificios catalogados con valor artístico o histórico, entre construcciones religiosas, civiles, asistenciales, hospitalarias, administrativas, educativas, culturales y de habitación, que van del siglo XVI al XX, y que sigue siendo el corazón económico y político de la ciudad, a pesar de sus proporciones actuales.
Por su importancia fincada en su riqueza monumental, ya que se considera el centro histórico más relevante de América Latina, es objeto de programas especiales para su rehabilitación cuando menos desde hace 30 años, que lo mismo atienden cuestiones de índole jurídica, que de planificación, y que a la vez buscan garantizar su permanencia con la intervención directa en construcciones, calles y plazas.
En el ámbito jurídico, dos son los momentos centrales en esa tarea. El 11 de abril de 1980 se expidió el decreto por el que se declaró Zona de Monumentos Históricos y, consecuentemente, toda obra dentro del perímetro tendrá que realizarse bajo la supervisión del Instituto Nacional de Antropología e Historia para asegurar que se respeta la normatividad. El decreto establece dos perímetros A y B, correspondiendo el segundo a los primeros crecimientos urbanos que desbordaron la traza original y donde la densidad de edificios con valor arquitectónico es menor.
Posteriormente en 1987, la UNESCOinscribió al Centro Histórico en la lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad, con los que se adquirieron compromisos para su conservación y, al mismo tiempo, se abrieron las puertas para recibir apoyo de países e instituciones con ese fin, el cual se ha visto materializado en proyectos concretos como la participación del gobierno de España en el rescate de diversos edificios y el donativo de una empresa internacional para la consolidación y restauración de las cúpulas del Palacio de Bellas Artes, entre muchos otros.
Fueron don José Iturriaga y un grupo de intelectuales convocados por él, quienes llamaron la atención de las autoridades federales acerca de la importancia de conservar esta área, que abarca un poco más de nueve kilómetros cuadrados. En 1964, el Centro Histórico se veía amenazado por la intención de abrir una amplia avenida sobre la calle Tacuba, derribando su paño norte, idea que ya se entreveía desde el Porfiriato, cuando el Palacio de Comunicaciones se construyó remetido. Sin embargo, y a pesar de la intención de un grupo de escritores y pintores para instalar sus estudios y habitaciones en la zona, la idea de recuperar diversos edificios para darles usos acordes con su importancia no fructificó, aunque sí se impidió la apertura del eje, que hubiera significado la irremediable pérdida de un alto número de construcciones que, paradójicamente, hoy son objeto de atención y figuran entre las casonas más hermosas de las calles Tacuba y Guatemala.
A pesar del interés por regenerar la zona, las diversas intervenciones gubernamentales carecieron de un plan maestro, de una concepción integral de conservación y de una política para involucrar al conjunto de la sociedad en la tarea, y generalmente se limitaron a hacer fluir la inversión gubernamental para atender las necesidades más inmediatas. Así, en los años 70 se dio la remodelación de la Alameda Central, básicamente con el cambio de pisos por losetas. Durante esa intervención, la alameda perdió su encanto decó con la sustitución de las bancas de mosaico y con farol de los años 30 que bordeaban las glorietas, y con la demolición de la pérgola diseñada por Adamo Boari al despuntar el siglo, transformada decenios atrás en librería y galería de arte, todo esto en aras de devolverle un supuesto “estilo colonial”.
Años más tarde, en la década de los 80, la urgencia de hacer algo para frenar el deterioro de los edificios se materializó en diversas intervenciones meramente cosméticas que atendieron las fachadas de la zona, aunque los interiores continuaron amenazando ruina. La situación se agravó con los sismos de 1985, que dejaron un buen número de construcciones en peor estado y, ante las urgencias del momento, simplemente fueron demolidas.
No sería justo, sin embargo, ignorar los trabajos realizados en varias construcciones, lo que por otro lado resalta el carácter aleatorio, de momento y carente de planificación que caracterizaba los planes relacionados con el Centro Histórico. En esencia, fueron intervenciones de suyo importantes, pero aisladas, que ponderaban la monumentalidad de ciertos edificios en detrimento de aquellos otros que, sin ser joyas, son el sustento del contexto urbano, histórico y arquitectónico de la zona. Por ejemplo, se atendieron diversas iglesias para asegurar su estabilidad ante los hundimientos diferenciales del terreno, destacando los trabajos en la Catedral Metropolitana y el Sagrario; mientras que la Universidad Nacional emprendió la restauración de la totalidad de sus edificios en el viejo Barrio Universitario. En esas fechas se dio también el rescate de una parte de la calle Corregidora, donde quedaron expuestos los restos de la acequia que la comunicaba con el barrio de La Merced.
Por otro lado, las instituciones públicas y privadas han tenido una participación destacada en años recientes al emprender obras en sus sedes o al adquirir edificios para mudarse a ellos. La suma de estas acciones tiene como resultado que algunas calles del Centro Histórico, en especial Seminario, parte de Guatemala y Moneda, están recuperando poco a poco su dignidad.
Desde el año 2002 se lleva a cabo una nueva intervención, esta vez a cargo del gobierno de la ciudad, que busca atender la deteriorada infraestructura urbana, al tiempo que promueve la inversión privada, atiende los problemas de seguridad y convivencia, propone apoyos fiscales para estimular la restauración de edificios y trata de encontrar una solución concertada al problema del ambulantaje. Ya se ven los primeros resultados en el llamado “distrito financiero”, entre Donceles, Venustiano Carranza, Zócalo y Eje Central, y se espera que en poco tiempo las acciones se extenderán a la zona del Palacio Nacional.
La atención del Centro Histórico requiere no solamente de dinero, sino en especial de la suma de voluntades que vean en él un patrimonio monumental de carácter artístico e histórico, lleno de tradiciones, que en conjunto genere una dinámica donde sus pobladores y usuarios se preocupen por su buen estado como centro de población, de actividades y de negocios, y que por sí mismo establezca las condiciones para su conservación.