Situada en el costado norte del Zócalo, la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México es el edificio religioso más importante de América Latina por la cantidad y calidad de los objetos que guarda, así como por su fábrica, una empresa que abarca prácticamente los 300 años de dominio colonial español. El edificio que vemos actualmente no es el primitivo, ya que la muy modesta iglesia mayor, luego elevada a la categoría de iglesia catedral (1546), erigida por orden de Hernán Cortés en 1524, fue demolida para dar paso a un templo a la altura de la importancia que tenía para la corona el Virreinato de la Nueva España. De la primera catedral aún se puede percibir su planta al frente de las portadas, ya que sus cimientos, que se hunden a un ritmo menor que el edificio actual, marcan un rectángulo orientado de este a oeste que sobresale ligeramente en el piso. La catedral de México, cuya construcción se inició en 1573 y concluyó en 1813, es en sí misma un muestrario de los diversos estilos arquitectónicos en boga a lo largo de casi tres siglos, que dejaron su huella de la mano de los varios arquitectos que dirigieron la obra, empezando con Claudio de Arciniega y Juan de Cuenca. Así, en sus partes más antiguas hay elementos del gótico y portadas completas en el estilo herreriano, mientras que los retablos de las capillas se realizaron en estilo barroco en sus varios tipos (salomónico, estípite y churrigueresco); por último, el neoclásico, de la mano de Manuel Tolsá, está presente en la cúpula y su linternilla, en el cubo del reloj y en las esculturas de la Fe, la Esperanza y la Caridad colocadas sobre él, así como en las balaustradas y los pináculos de diversas formas que las coronan.
La construcción se inició por el lado norte, es decir, por la calle de Guatemala, y avanzó hacia el sur, rumbo a la Plaza de la Constitución. Actualmente no vemos desde el interior las puertas que le daban acceso por ese lado, concluido en 1615, ya que se encuentran cubiertas con retablos traídos del templo del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, pero desde el exterior, de estilo herreriano, se aprecian con claridad a ambos lados de un nicho ubicado en el ábside con la representación del Cordero pascual sobre el Libro de los Siete Sellos.
La actual sacristía fue habilitada como catedral provisional mientras el avance de las obras permitía celebrar el culto con dignidad. Debe tenerse muy presente que los elementos decorativos de la catedral son en realidad producto, hasta en sus más mínimos detalles, de un estudiado plan iconográfico, por lo que ninguno de ellos obedece a un simple capricho y todos son representaciones que aluden a conceptos sagrados o relacionados con la liturgia, las vidas de santos y con hechos de la Sagrada Familia, es decir; nos cuentan historias. Por ejemplo, los pináculos de las balaustradas tienen las formas del Sagrado Corazón de Jesús en llamas, de cálices, de copones para las ostias y de patenas. Al aproximarnos por el frente de la catedral, lo primero que llama nuestra atención son sus tres portales y especialmente los relieves centrales. El del lado izquierdo muestra el momento en que el apóstol san Pedro recibe las llaves de la Iglesia, una de oro y otra de plata; el central, la Asunción de María a los cielos, a quien está dedicada la central, y el de la derecha, la Nave de la Iglesia, representada como una barca tripulada por los apóstoles. La planta de la catedral responde al modelo de las catedrales medievales españolas, con cinco naves: las de los extremos alojan las capillas, a cada lado una nave procesional y la nave central, reservada para las procesiones de los canónigos durante las grandes celebraciones y bordeada por un barandal con representaciones en bronce de ángeles cuya función es sostener las velas por la iluminación. Una característica destacada de este modelo es que la nave central se encuentra cerrada por el coro a ras de piso, y siempre en este caso por el llamado Altar del Perdón, ubicado frente a la puerta central, conocida también con el mismo nombre. Tan peculiar denominación tiene su origen en la costumbre de orar en él por el perdón de los pecados y en que los sentenciados por la inquisición debían pasar a pedir perdón de los pecados y en que los sentenciados por la inquisición debían pasar a pedir por el perdón de sus culpas antes de ser penitenciados. La Puerta del Perdón sólo se abre para recibir al nuevo arzobispo en la toma de posesión de su cátedra, o sea de la silla desde la cual dictará sus enseñanzas, y en las procesiones de Corpus Christi. La otra ocasión es durante los años jubilares, cada 25 años, cuando los peregrinos que acuden a la catedral obtienen indulgencias si pasan por esa puerta con devoción. La última ocasión que se abrió fue en el año 2000 y la próxima será hasta 2025.
Tallado y dorado entre 1735 y 1737 por Jerónimo de Balbás y Francisco Martínez, respectivamente, el Altar del Perdón es de estilo barroco estípite y ostenta en el centro una pintura, atribuida a Simón Pereyns, con una escena de la huida a Egipto, que sustituye a la tabla con la representación de la Virgen del Perdón, destruida en el incendio de 1967. Detrás de este altar se ubica el coro. Su historia se remonta a 1695, cuando se iniciaron los trabajos para tallar su sillería, y se extiende a lo largo de casi un siglo, tiempo durante el cual se fueron agregando los elementos que hacen de él una de las más grandes obras del barroco heredadas del periodo colonial. A sus costados se ubican dos imponentes muebles que se elevan hasta la bóveda y que alojan los dos órganos que funcionan con fuelles de madera y piel, en tanto que sus flautas y trompetas son de plomo. El órgano del lado oriente es español y fue armado por Jorge de Nazarre, en 1735. La talla es obra de Juan de Rojas, quien también se encargó del trabajo de la sillería entre 1695 y 1697.
Al centro del coro se ubica un inmenso facistol de tindalo y ébano con marquetería de bálsamo y tapincerán, regalo del obispo de Manila, Manuel Rojo del Río, en 1762. Es un atril de cuatro caras en el que se colocan los inmensos libros del coro, cuyas dimensiones obedecen a que los canónigos deben leer cantos desde su lugar en la sillería.
La perspectiva de la nave central está cerrada por la reja traída desde Macao, hecha con una aleación de tumbaga (cobre y oro) y calaín (bronce y plata). Desde el interior del coro se aprecia a la distancia adecuada y en todo su esplendor el Altar de los Reyes, obra de Jerónimo de Balbás, llamdo así porque todos los santos y santas de sus nichos ostentaron esa condición.
Finalmente, rodeando las columnas que limitan el coro, están las tribunas de tumbaga realizadas por Domingo de Arrieta y José Eduardo de Herrera en 1737. En la madrugada del 17 de enero de 1967 el coro sufrió un severo incendio que destruyó la mayor parte de la sillería y buena parte del Altar del Perdón, afectando también a los órganos. Los trabajos de restauración devolvieron el esplendor a una de las más refinadas tallas en madera que se conservan en la ciudad. Bordeando las naves procesionales se encuentran las 14 capillas de la catedral, varias de ellas financiadas en su construcción por diversas cofradías novohispanas, y aunque la mayoría conservan sus retablos barrocos en madera, con pinturas y esculturas talladas, estofadas, doradas y pintadas, sin embargo en algunas éstos fueron sustituidos por piedra y mármol cuando arribó la moda del neoclásico. Debemos recordar que, en general, cada retablo es la representación de la unión de la Tierra, que equivale a la Iglesia militante, con el cielo, que es la Iglesia triunfante. Por eso es usual que las representaciones de Cristo en la cruz se encuentren sobre la predela y las de Dios Padre y Dios Espíritu Santo en las alturas, que en el caso de las capillas catedralicias aprovecha los óculos de los ventanales para acentuar el efecto con la entrada de luz. El resto del retablo cuenta, entonces, una historia que puede estar dedicada a un santo específico. En aras de la brevedad, mencionaremos solamente tres de ellas con algunos datos. En primer lugar, la Capilla de los Santos Ángeles y Arcángeles, concluida en 1660, fue reconstruida luego de sufrir un incendio en 1711 con los donativos de don Juan Caballero y Osio, y es la única que a la fecha conserva íntegros sus elementos y el plan iconográfico originales. La última de este mismo lado, la Capilla de San Felipe de Jesús, el primer santo mexicano, terminada en 1615, cuenta en las pinturas la historia de su martirio en Japón con una evidente intención cristológica, ya que Felipe murió en una cruz, al igual que los apóstoles Pedro y Andrés que lo acompañan en el mismo retablo. Del lado derecho se encuentra una urna con los restos de Agustín de Iturbide y en el exterior, resguardada por una reja de madera, la pila bautismal en la que recibió las aguas. Finalmente, la última del lado derecho, la Capilla del Santo Cristo y de las Reliquias, cuya bóveda se cerró también en 1615, y su retablo se talló en 1698. Allí se encuentran depositadas muchas de las reliquias con las que cuenta la catedral, llegadas de Roma y Tierra Santa con sus respectivas auténticas(otras se ubican en la sacristía y en algunas capillas, como las de san Felipe de Jesús), guardadas en relicarios tallados en maderas finas y repujados en oro y plata con piedras preciosas. En la predela del retablo, detrás de los pequeños óleos pintados por Juan de Herrera con la representación de su martirio, se encuentran los relicarios que sólo se exhiben los días 1 y 2 de noviembre para su veneración. Merece mención especial el Altar de los Reyes, que en realidad es la decimoquinta capilla de la catedral, o Capilla Real que, a la usanza de las catedrales españolas, ocupa el lugar de honor para que si acaso el rey se diganse visitar sus colonias contase con un sitio para orar a la altura de su grandeza. Se trata de un maravilloso retablo en estilo barroco estípite, obra también de Jerónimo de Balbás, que ocupa el ábside y adopta su forma, rematado con las cuatro representaciones de los atributos de la Virgen como fue predicho en el Antiguo Testamento. Cuenta con dos grandes óleos, el primero representa la adoración de los reyes magos a Cristo, Rey de reyes, y el segundo la Asunción de María por ser patrona de la catedral y Reina celestial. A su alrededor se colocaron esculturas de santos y santas que ostentaron en la Tierra tal condición. Los retablos colaterales, el de la izquierda dedicado a escenas de la vida de María, y el de la derecha a escenas de la historia de la Virgen con el Niño Jesús, muestran óleos pintados por Juan Rodríguez Juárez en 1726. El final de nuestro rápido recorrido nos lleva a visitar la sacristía, cuya portada, de estilo herreriano, ostenta una leyenda que nos indica 1623 como el año en que se cerró su bóveda. Siendo esta zona la parte más antigua de la catedral, los techos ostentan nervaduras góticas, mientras que los tableros de la puerta exhiben un plan iconográfico basado en los atributos de la Virgen cantados en la letanía Lauretana.
La sacristía es un sitio que los sacerdotes utilizan para revestirse con los ornamentos del culto, por lo que en su interior, en cómodas, cajoneras y roperos bellamente tallados, muchas veces con hilos de oro y plata sobre sedas y rasos. Los óleos monumentales que recubren sus paredes hasta las altas bóvedas representan diversas escenas, pero por su impacto visual nos ocuparemos sólo de dos. Entrando, a mano derecha, Juan Correa pintó, en 1689, La Asunción de la Virgen, un cuadro que canta la apoteosis del recibimiento y coronación de María en los cielos por la Santísima Trinidad, elevada por los ángeles y celebrada por ángeles músicos. Por cierto, entre estos se cuenta un angelito morocho, que se dice sería el autorretrato como niño del pintor, quien era mulato. El segundo, a mano izquierda, La Virgen del Apocalipsis, pintado por Cristóbal de Villalpando en 1685, describe las visiones del apóstol San Juan donde una mujer dará a luz un hijo. La Iglesia será perseguida y acechada por el mal, representado por el dragón de siete cabezas, pero éste será derrotado por el arcángel San Miguel. De este cuadro también se dice que para uno de los ángeles, marcadamente de rasgos femeninos, srivió como modelo la esposa del pintor.