Aunque la vida moderna es más práctica y la televisión es una de las principales diversiones en los hogares, aún existen personas que gustan de la conversación y se dan sus tiempos para platicar en familia y disfrutar del sápido cuento, del fantasioso relato que hacían los mayores, dejándonos la obligación de seguirlo trasmitiendo ya que es parte de la historia de nuestro pueblo.
Don Antonio Romo Gutiérrez, una de las pocas personas que nacieron en el siglo pasado y que aún viven, con una mente muy lúcida y con gracia única para platicar las leyendas de Aguascalientes, nos narró una historia que su nana, que se llamaba “Minina”, les platicaba a él y a sus hermanos cuando eran niños.
A principios de siglo la vida de la ciudad era muy tranquila, no había automóviles y sólo existían en el “Sitio”, carros de mulas o caballos guiados por su propio carro o “volanta” con los que se transportaban a sus Haciendas; por tal motivo se veían algunas en las calles. Don Ampelio, uno de los cocheros de su casa -al que su padre le tenía mucha confianza-, era el encargado de llevar a la muchacha a “El Niágara”, -nombre de la Hacienda de Don Salvador H. Romo- en la época de vacaciones.
En una ocasión, cuando ya estaban listos para emprender el viaje, cada uno de los muchachos con su amigo invitado y sus “pultracas”, así como con bolsas de toda clase de golosinas para disfrutarlas en vacaciones; en vano esperaron la llegada de Don Ampelio. Ya habían salido varios carros con enseres para la casa de la hacienda, víveres y medicinas y con las personas mayores que también disfrutaban de dos meses de solaz, mientras los hijos se entretenían montando a caballo, bañándose en el río, yendo a la huerta a cortar fruta, en fin, con todas las diversiones que tiene una hacienda y que se disfrutan en compañía de amigos y parientes.
Don Ampelio…no aparecía. Llegó la noche y la chiquillada quedó dormida encima de sus bultos, cansada de tanto esperar al conductor que los llevaría a la hacienda. Ya muy entrada la noche se regresó Don Salvador de “El Niágara” con el pendiente de que algo les hubiera pasado a los niños que llevaría Don Ampelio, y vio con sorpresa aquel cuadro de criaturas. Como ya era tarde no pudo ir a buscar a Don Ampelio, al que seguro algo le había pasado ya que era un hombre cumplido y de todas sus confianzas. Muy temprano fue a buscarlo a “el pueblo”, como se llamaba al barrio de San Marcos, donde Ampelio vivía, y se encontró con que el hombre estaba “pasmado”, con los ojos pelones y sin poder hablar.
Le dijo su mujer que la tarde anterior había salido para la casa de Don Salvador porque iba a ir al “Niagara”, y que al poco rato regreso corriendo, blanco como un pambazo crudo, con la cara de “lelo” y los ojos saltados, sin poder hablar. Don Salvador preocupado se regresó a la Hacienda con los muchachos y a los 8 días llegó Don Ampelio, muy delgado pero ya recuperado de su mal.
Les platicó que un fraile encapuchado y con una calavera en la mano, había salido del templo de San Marcos y lo había correteado por todo el jardín, mientras con una voz cavernosa le gritaba que se lo iba a llevar al infierno, vociferaba que era un fraile ultratumba, encargado de cargar con hombres malos.
Dijo Don Ampelio que no supo más, perdió el sentido y un amigo que pasó por el jardín, arrastrando lo había llevado a su casa. “Minina”, la nana de los Romo Gutiérrez, les platicó una historia que ella sabía al respecto. Y estando todos reunidos en una de las salas de la hacienda hizo este relato.
Durante la Feria de San Marcos (que se celebra precisamente alrededor del jardín) tanto la aristocracia de Aguascalientes como las personas más modestas y la gente de pocos recursos, toda por igual, se divertía, asistía a fiestas y desordenes y muy poca concurría a los oficios religiosos en la iglesia de San Marcos.
Pasando la feria, como para imponer silencio a todo el bullicio del mes anterior, un hombre de ultratumba vestido de fraile, con un quinqué con vela y una calavera, recorría el jardín dando bendiciones como queriendo borrar el escandaloso bullicio que había habido.
Los vecinos de las casas de alrededor veían por las celosías de las ventanas aquella figura llenándose de espanto. Todo el mundo hablaba de aquel monje encapuchado, se hacían miles de conjeturas y desvanecían su miedo rezando un avemaría por el descanso de aquella alma en pena. Contaba “Minina”, que todo el mundo conocía esa versión del monje encapuchado, y que para asustar a los niños les decía: “Va a venir por ti el monje encapuchado”.
Al verlo pasar, muchas personas cerraban los ojos y decían: “ojos que no ven, miedo que no se siente”.
Pero cuando alguna persona pasaba por el jardín a cierta hora, aquel encapuchado la seguía, algunas veces le decía de groserías, y muchas otras le gritaba: “¡Pecador, maldito pecador te vas a ir al infierno!. La gente rodeaba el jardín yendo por otras calles hacia sus casas por el puritito miedo. Aquella historia llenó de pavor a los oyentes, por que la nana aseguró que por esos días todavía se paseaba el fantasma vestido de fraile, seguramente había sido el que se le había aparecido a Don Ampelio. Nos contó Don Antonio Romo que después de haber escuchado aquel relato, él, -que era de los mayores, con un grupo de amigos idearon ir a buscar a aquel fantasma. Pero todo quedó en platicas. Disfrutaron de sus vacaciones y al regresar a Aguascalientes, tenían el gusanillo del “encapuchado del jardín”, y con el Señor “Galván” (un amigo a quién así le decían) y otros tres amigos, se pusieron de acuerdo en desafiar al monje que se dedicaba a asustar a los transeúntes y decirles de groserías.
Así lo hicieron y un día, cuando empezaba a pardear la tarde, se introdujeron al jardín, cada uno se fue por las puertas para por todos lados poder sorprender al espanto. Lo vieron venir con su vela y calavera y mientras uno le daba una patada, el otro le quitaba la capucha y uno mas le arrebataba la calavera… Sin poderse defender, gritaba el encapuchado “¡Desgraciados, malditos se los va a llevar el diablo”.
Y cual seria su sorpresa que aquella alma en pena, no era otro que Pedrito, el sacristán de la iglesia que tenía mucho tiempo que había encontrado la manera de divertirse, asustando a los vecinos de San Marcos y a los pobres borrachitos que pasaban por el jardín así como a personas que no conocían la historia del encapuchado.
Desde aquel día, no se volvió a parecer el encapuchado del jardín, y aunque la palomilla de Don Antonio y sus amigos esparcieron por donde quiera lo que había ocurrido, nadie les creyó, y la leyenda del encapuchado del jardín a la fecha se sita dentro de los sucesos ocurridos en Aguascalientes. Existen personas que todavía hablan del fraile que se aparecía en el jardín y algunas muy nerviosas juran que alguna vez lo han visto. Así es como crecen los rumores y se convierten en leyendas que se llegan a contar bajo juramento.