La Puebla de los Ángeles, la segunda ciudad de la Nueva España y del Nuevo Mundo, es como un museo gigantesco.
Muchos de sus más de dos mil edificios catalogados constituyen un gran atractivo para propios y extraños.
Sería prolijio enumerar todos los museos de la ciudad, pero vale la pena decir que la preocupación por preservar los bienes culturales del pasado se inició en el antiguo Colegio Carolino, originalmente una institución jesuita, hoy felizmente la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Ahí, tanto en el vestíbulo como en las aulas y grandes salones, se fueron resguardando pinturas, esculturas, marfiles y hasta animales disecados.
Los avatares políticos posteriores ocasionaron el surgimiento de dependencias y oficinas que, sutil y paulatinamente, fueron desmantelando al acervo para diseminarlo por todas partes, provocando la pérdida de no pocas obras.
Con aquel tesoro, por así llamarlo, se habilitó en este siglo el Museo del Estado, afortunadamente instalado en la hermosa y barroquísima Casa del Alfeñique, que de paso fue rescatada.
De gran tradición es la casa afrancescada de finales del siglo XIX donde está la colección miscelánea de arte que reunieron don José Luis Bello y González y su hijo don Mariano.
El Museo Bello es parte de la vista obligada a la Angelópolis.
Como se puede ver, Puebla es un lugar de museos, los de Historia Natural, de Arte Religioso Popular de la UPAEP, de Arte Contemporáneo y algunos otros, son siempre un atractivo para todos, y en conjunto dan testimonio de calidad de una ciudad que conserva su señorío y que se enorgullece de su pasado.