Esta riqueza dio origen a los más escandalosos excesos cometidos durante el periodo de conquista. Con el nombre de Teocuitlapizque designó el México prehispánico a los artesanos dedicados a trabajar los metales, actividad que al parecer inició su desenvolvimiento a partir de 900 d.C.
Este conjunto de artífices constituía un grupo privilegiado dentro de la rígida división social mesoamericana, su deidad tutelar era Xipe-Totec y como casi todas las actividades artesanales de aquellos tiempos, la orfebrería estuvo fuertemente saturada de simbolismo religioso; debemos tener en cuenta que el oro en sí no estaba considerado como un metal comercialmente valioso, más bien debido a que se pensaba que era escoria divina, trasudor del Sol, se le atribuía un origen divino, por lo que su destino final fue fundamentalmente ritual.
No sólo la orfebrería prehispánica estuvo representada por objetos de oro; la plata, aunque en menor escala, también fue utilizada. Por su parte, al cobre se le empleó con profusión elaborando con éste infinidad de objetos de uso cotidiano y de los que contamos con suficientes muestras que permiten conocer el grado tan alto de perfección en que se encontraba la orfebrería indígena al momento del arribo castellano.
Con el cobre se fabricaban coas y azada, hachas, punzones y cinceles, agujas y alfileres, anzuelos, tubos, sopletes y cerbatanas, en tanto que con oro y plata, entre otros muchos adornos, se fabricaban anillos, orejeras, narigueras, brazaletes y pulseras, collares, pectorales y bezotes. La codicia llevó al crisol la inmensa mayoría de aquellas obras de arte.
Un caudal inmenso
Si España consideró que los yacimientos auríferos de México eran cuantiosos, nunca sospechó que las minas de plata fueran como lo son hasta la fecha, las más ricas y al parecer inagotables del mundo. Fue esta riqueza la que hizo de nuestro territorio el virreinato más poderoso de América. Como dato curioso que apoyaría esa fama se aseguraba que durante el siglo XVIII se realizaron varias bodas en México donde los atrios de las inmensas iglesias en que éstas se celebraban, se mandaban cubrir con lingotes de plata para que los contrayentes, sus familias e invitados no pisaran las baldosas de piedra de aquellos tiempos.
Don Manuel Tolsá, afamado arquitecto y escultor, llegó a México en 1790. Venía nombrado por el rey de España para hacerse cargo de la dirección de la Academia de San Carlos, a don Manuel se le deben obras famosas como la terminación de la catedral de México, el Palacio de Minería, el altar de la catedral de Puebla, el Hospicio Cabañas, de Guadalajara y la famosa estatua ecuestre del rey Carlos IV, mejor conocida como “El Caballito”.
Tolsá introdujo en México la fabricación de calamina, complicada combinación de técnicas y metales considerada como una verdadera sofisticación del arte de la orfebrería, pues se requiere del conocimiento de todos los procesos y de todas las materias primas a emplearse para lograr obtenerla; a ésto hay que agregar la mano experimentada en el cincelado, que en este caso es indispensable. A su muerte en 1816, desapareció esta actividad artesanal, pues se prohibió su ejercicio por dañar la salud de quienes la practicaban debido al uso del mercurio que se empleaba para aplicar el dorado, que era parte fundamental en el acabado de los objetos hechos con calamina.
En 1930, don Eduardo Pillado Herrera, que era egresado de la Academia de San Carlos, se dio a la descomunal tarea de investigar con detalle la perdida técnica de la calamina. “Fueron muchas noches de desvelo”, aseguró alguna vez; aquel intenso periodo de estudio y experimentación rigurosos fueron finalmente dominados, enfrentándolo a un nuevo reto, tan difícil o más que el primero: fabricar los laminadores para metal con el fin de evitar el trabajo manual, con martillo, que le costó la pérdida del oído, y poner en práctica métodos electrolíticos para dorar el minucioso cincelado. Esto hoy en día nos parece sencillo, pero en los años 30 eran avances sumamente importantes.
Resurgió la calamina en nuestro país, en ese taller artesanal fundado por don Eduardo, que continúa produciendo tanto las piezas clásicas, como las que exigen los diseños contemporáneos. Hoy debemos a la familia Pillado en su conjunto que Méxicosea el único país de América con un taller artesanal de esa naturaleza y que conocemos con el nombre de “Tolsá, calaminas de México”.
Santa Clara del Cobre, Michoacán, continúa siendo la población de nuestro país que produce la inmensa mayoría de la artesanía hecha a mano con ese metal; en esta población cada casa es un taller donde están desde los muy pequeños, hasta aquéllos que cuentan con 10 o más artesanos, casi siempre familiares entre sí, como el de Abdón Punzo, que ha ganado todos los premios otorgados a esta actividad con piezas cuyo tamaño constituyen un alarde de técnica, que va desde la fundición del metal hasta el martillado a mano, el cual exige un buen trabajo.
A la plata se le trabaja en muchos lugares de México, con diferentes técnicas y muy variados volúmenes de producción, dentro de éstos destaca la ciudad de Taxco, en Guerrero, cuyas minas fabulosamente ricas permitieron que su propietario original, don José de la Borda, costeara la construcción de la famosa parroquia de Santa Prisca, edificación que encomendó a los mejores arquitectos y artistas de su época. En la actualidad, para nuestro grupo, el taller de Toño Castillo es de los mejores que ya cuenta con muchos años de existencia.
Con la técnica de filigrana a la plata se trabaja en los estados de Oaxaca y yucatán; la plata combinada con acero pavonado es característica de Amozoc, en Puebla, que desde hace muchísimos años está considerado como el mejor lugar para adquirir tanto las más bellas espuelas, como los mejores arreos de metal que complementan las sillas para monta charra.
La ciudad de México tiene los mejores talleres del país para la elaboración de cubiertos, charolas y platones de servicio, así como piezas suntuosas. El Estado de México, Querétaro, Zacatecas, Jalisco y Michoacán, también trabajan este metal, pero en la mayoría de los casos su producción es muy limitada.
El hierro forjado hizo su aparición en México en 1521 con “la habilitación de los bergantines construidos por Hernán Cortés para sitiar a la Gran Tenochtitlan”. Así iniciaría esta actividad artesanal que se desarrolló espléndidamente a lo largo del periodo virreinal; a partir de la guerra de Independencia fue decayendo de manera paulatina hasta mediados del siglo XX. Hoy quedan muy pocos talleres de auténtica forja, pues la producción industrial ha eliminado casi por completo el antiguo trabajo manual y es previsible que en poco tiempo los artesanos que aún forjan pasen a ser herreros comunes.
La hoja de lata es otro material con el que los artesanos de México vienen trabajando desde hace muchísimos años; con ésta se siguen haciendo juguetes, por cierto cada vez más escasos, pequeñas cajas y otras curiosidades que van cediendo el paso a objetos más sofisticados y, por lo tanto, más redituables para sus productores, concentrados fundamentalmente en el estado de Guanajuato.