¿Quién no conoce en Aguascalientes la leyenda de “El Callejón del Tesoro? pocos, la historia de este pasadizo en donde un forastero fincó una casa, y se bordó una leyenda, convirtiéndose en una de las epopeyas que se cuentan y forman parte de las tradiciones de la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de las Aguas Calientes. Como me lo platicaron, se los cuento. Nos dijo Alfonso Cabeza de Vaca, un hombre serio que pasa de los ochenta años, su abuelo platicaba un suceso que llenó de espanto a Aguascalientes, un carro fantástico que recorría la ciudad a media noche.
Dos caballos blancos jalaban el carruaje que era guiado por un espectro vestido también de blanco, andaba por las calles haciendo escándalo; despertando al vecindario aquel “carro del demonio”, que parecía que anunciaba una desgracia. Todo mundo hablaba del suceso; algunos aseguraban que un coche, jalado por dos colosales caballos, lo conducía una bella mujer, que al parecer estaba perturbada de sus facultades mentales, y como desahogo, sus familiares le permitían recorriera la Villa por las noches, para no ser reconocida, ya que ni amigos ni parientes lejanos sabían el secreto de una de las familias más acomodadas de la Villa, que tenían una hija demente.
Las versiones eran diferentes, se hablaba mucho del suceso y cada persona inventaba una versión, el caso es que cuando caían las sombras de la noche, los parroquianos comenzaban a sentir temor. Los hombres con disimulo cerraban con llave las puertas de sus casas, las mujeres los postigos y apagaban las velas para que no se fuera a ver la menor luz y se aseguraban que los niños estuvieran dormidos para que no se dieran cuenta de este hecho diabólico que tenía intrigada a toda la población y que nadie se atrevía a enfrentarlo.
Todos esperaban con pánico aquel ruido que se escuchaba a lo lejos y que se iba acercando hasta pasar frente a las casas, el que se perdía después y nadie sabía para donde se diluía, el hecho era que al día siguiente volvía a pasar, ante el azoro de todos.
Muchos hombres que por necesidad tenían que trabajar de noche, al venir aquel carro que parecía que andaba solo, caían privados, otros trasnochadores al escuchar el ruido de las patas de los caballos que pegaban en el empedrado, caían de rodillas y rezaban a gritos. Se cuenta que algunas personas perdieron la vida al oír el “crujir de aquel coche fantástico en polvorosa armonía con las pisadas de los colosales caballos”.
Pero a ciencia cierta nadie sabía realmente de lo que se trataba, se hacían miles de conjeturas, lo cierto es que el terror se apoderó de los habitantes de la Villa. Los sacerdotes regaban agua bendita por todos lados, había peregrinaciones por las calles, pero nada cuando menos se lo esperaban, aquel carro del demonio salía por alguna arteria, recorría la ciudad y se perdía entre la bruma de la noche.
Cuenta la leyenda que Don Narciso Aguilar, un hombre inmensamente rico vivía en la ciudad de Guadalajara con su familia. Tenía fabulosos negocios a los que les dedicaba la mayor parte de su tiempo. Un día su mujer al sentirse sola y no contar nunca con su marido, decidió tener un amigo para hacer menos triste su soledad. Al enterarse Don Narciso del engaño de su mujer, en vez de hacer un escándalo y lavar con sangre su honor, pensó alejarse de la ciudad para siempre, buscando un lugar en donde nadie pudiera encontrarlo. Sabía que Aguascalientes era un lugar tranquilo, hospitalario, que se podría vivir con tranquilidad y eligió esa Villa para pasar los últimos años de su vida, y olvidar la traición de su mujer.
Don Narciso Aguilar tenía, un amigo de la infancia un hombre bondadoso que por muchos años había trabajado con él y el único al que podía confiarle su secreto; le platicó su plan y lo invitó para correr con él la aventura, ya que era una persona solitaria, entrado en años y soltero.
Los dos llegaron a la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de las Aguas Calientes y después de recorrer la ciudad, encontraron un callejón, apropiado para lo que querían, y sin más compraron varias casitas casi en ruinas y don Narciso comenzó a construir su residencia, la única casa que se encontraba en el callejón, que después se llamó del Tesoro.
Mientras construía la casa que llevó el número 13, Don Narciso hacía constantes viajes a Guadalajara para ir trasladando poco a poco su cuantioso tesoro, que eran varias talegas de oro, lo que hacía a medianoche para evitar sospechas. Se cuenta que vestido de arriero y a lomo de mula, Don Narciso trasladó su dineral y ayudado por su amigo Cirilo Castañeda, lo guardaron en la cocina de la casa que estaba junto al brocal del pozo frente a la puerta de la calle.
Al llegar a Aguascalientes los dos amigos, traían sendos caballos blancos, briosos y de alzada, así como un carro en donde habían traído sus pertenencias. Don Narciso y Don Cirilo, no conocían a nadie en el lugar, ni querían conocer. Se dedicaban a dirigir la casa que le hicieron unos buenos albañiles de la Escuela de Don Refugio Reyes Rivas, el arquitecto sin título que hiciera el templo de San Antonio, y por la noche se aburrían mortalmente. Jugaban baraja, se tomaban sus copitas, pero… les sobraba tiempo, hasta que un día decidieron dar una vuelta por la ciudad, pero sin darse a ver. Don Cirilo era quien guiaba el coche y para no ser reconocido, se vistió con una túnica blanca, que le iba desde la cabeza a los pies, y sólo había dejado dos rendijas para que se le asomaran los ojos. Don Narciso vestía un extraño traje pegado al cuerpo de color carne y una media en la cara. Él iba acostado en el coche para no ser visto. Todas las noches se disfrazaban, tomaban su carro y salían a recorrer las calles.
Cuando vieron que su paseo les causaba pavor a las personas, lo hacían con más ganas, sirviéndoles de diversión el miedo que les causaba a los parroquianos; mientras las gentes se privaban de espanto, ellos se “morían” pero de risa. Habían encontrado una gran diversión por las noches que al principio les eran mortalmente aburridas. Este recorrido lo hicieron por mucho tiempo, hasta que el pueblo se fue acostumbrando a ver y escuchar a este “carro del demonio” que resultó inofensivo.
Al ver Don Narciso y Don Cirilo que ya nadie les temía, dejaron de salir a realizar sus paseos nocturnos que por tanto tiempo tuvo inquieta la ciudad, y así desapareció el temido “carro del demonio”. Los dos amigos vivían solitarios en aquel callejón cuidando el tesoro de Don Narciso Aguilar, así como a los caballos y burros que tenían en el traspatio. Se hablaba de dos viejitos ricos que vivían en el “Callejón del Tesoro”, como le puso el vulgo. De pronto desapareció Don Cirilo, nadie supo de su paradero . ¿Se peleó con Don Narciso y se fue a Guadalajara? ¿Se murió de muerte natural? ¿Lo mató Don Narciso por miedo a que lo robara?… nadie supo. Don Narciso salía y entraba a su casa solo, siempre solo; no hablaba con nadie, cuando se escuchaba su voz era porque se dirigía a sus animales.
Se había corrido la voz de que en el Callejón del Tesoro, en el número 13, vivía un hombre solo, el que se dedicaba a cuidar un fabuloso tesoro. Esto llegó a oídos del famoso Juan Chávez, uno de los más grandes ladrones que ha habido en Aguascalientes. Una noche Juan Chávez quiso apoderarse del “entierro” de Don Narciso y por asustarlo para que le dijera en dónde estaba el dinero, se le pasó la mano, y lo mató. Y el dinero que por muchos años estuvo escondido en la casa número 13 de un callejón, pasó a manos de Juan Chávez y Don Narciso pasó a mejor vida. La historia de Narciso Aguilar el rico jalisciense y su amigo Don Cirilo Castañeda se olvidó, pero el nombre del “Callejón del Tesoro”, todavía existe en la Ciudad de Aguascalientes, nombre que resultó de una sabrosa leyenda.