Entre mezquites, en el semidesierto, se halla Mineral de Pozos, ese lánguido Pueblo Mágico que no sabe sino añorar su mejor pasado. Porque su tiempo estuvo hecho de minas y días prósperos durante la Colonia y más tarde en el Porfiriato. Luego fue el abandono, las ruinas al sol y un silencio alto cubriéndolo todo. Pero el poblado aún tiene al este las montañas de la Sierra Gorda haciendo las veces de horizonte, y la mirada puesta en el Cerro del Águila, lugar sagrado para los chichimecas. Una colonia de artistas llegó buscando inspiración en lo que hay de agreste, y para desafiar el sosiego está la música que surge de los instrumentos prehispánicos.
LOS DIFERENTES POZOS
El norte del estado, su historia, perteneció a los chichimecas y a los caminantes españoles en busca de metales preciosos; perteneció también a las luchas continuas que entre ambos se dieron. Llegaron para evangelizar franciscanos y agustinos, después los jesuitas y la paz, y comenzó la explotación minera en el municipio que desde entonces se llamaría San Luis de la Paz. Ahí está Pozos, al sur del municipio, con su campo de cardos, huizaches y pirules, con el viento ocupado por águilas y pájaros carpinteros, y el polvo levantado a veces por alebrestados correcaminos.
El pueblo que empezó como un presidio en 1576, el de Palmar de Vega, donde se guarecían los cargamentos de mineral que andaban el camino de la Ruta de la Plata, terminó siendo bautizado por los jesuitas como San Pedro de los Pozos. Fueron ellos quienes se encargaron de la explotación de una de las primeras y últimas minas de Guanajuato, la Mina de Santa Brígida. Todavía quedan en pie, renuentes a olvidar la época del oro, la plata y el azogue, tres hornos de fundición como pequeñas pirámides queriendo para ellas el paisaje. Y al deambular por la antigua hacienda de beneficio, se descubre otra chimenea, un túnel de arcos y aire, casi infinito, utilizado para que el fuego estuviera siempre vivo.
Los jesuitas fueron expulsados en 1767 y su partida fue como una sentencia: habría de comenzar la decadencia minera. No ayudaron ni la lucha por la Independencia, ni la absurda guerra entre liberales y conservadores, ni tampoco la Intervención Francesa. Pero el mal augurio no duró todo el futuro y los últimos años del siglo XIX sorprendieron a este poblado convertido en la Ciudad Porfirio Díaz. La minería repuntó con más ansias. Se acumularon capitales, personas venidas de lejos y almacenes como El Vesubio, Fábricas de Francia y La Fama. Había trenes y teatro, apareció el teléfono. Y surgió la Academia Modelo, una afrancesada escuela que tenía como objetivo la enseñanza de artes y oficios.
Ahora la escuela no hace más que escuchar su propio silencio, como si solo así pudiera hallarle sentido a la nostalgia. Condenadas a la misma suerte, viven ensimismadas las minas, lo que de ellas queda, todas muy juntas y al oeste en el mapa. La culpa la tuvo la Revolución o la depreciación de los metales en el mercado internacional o la Guerra Cristera. Lo cierto es que a la bonanza del Porfiriato siguieron otra vez tiempos aciagos, y en medio del deslucimiento la ciudad mudó su nombre aMineral de Pozos.
Ahí están, para dar cuenta del menoscabo, los restos de la Mina de Cinco Señores, una hacienda de beneficio donde se concentró el trabajo de las minas de Nayalito, La Joya y Justicia. Utilizó las grandes maquinarias que la revolución industrial trajo consigo, fue importante en demasía, y logró funcionar con trabajos hasta los años cuarenta. Ventanas que enmarcan el lento avanzar de la maleza sobre las ruinas, árboles creciendo entre paredes sin techo y laberintos de piedra son ahora su mayor encanto, lo mismo que el panorama que desde ella se tiene: las minas San Baldomero y La Nona la acompañan a la distancia, también la Iglesia de la Santa Cruz y el comienzo del Cerro del Águila.
LOS SONIDOS PREHISPÁNICOS Mineral de Pozos atravesó la mayor parte del siglo XX como pueblo fantasma. Con las minas cerradas y un suelo agreste imposibilitando la agricultura o la ganadería, sus habitantes se marcharon en desbandada a buscar trabajo en otros sitios. Sin embargo, hace no más de tres décadas aquellos que se quedaron encontraron en la música prehispánica una forma de vida. Así, abrieron talleres como Camino de Piedra o La Casa del Venado Azul, y la inspiración se dio a la tarea de elaborar flautas de barro, tambores de madera, sonajas y piedras sonoras. Se formaron grupos dispuestos a tocar esos instrumentos, y los visitantes ahora pueden tener la suerte de escuchar a Corazón Endiosado o Caracol de Fuego.
EL ARTE
La desolación también resulta atrayente: de pronto había cineastas filmando la ruinosa atmósfera, y una comunidad de artistas fascinados con la vida atrapada entre despojos, se fue instalando sin prisa. Y cambió la fisonomía de Mineral de Pozos, aparecieron tiendas y galerías, y junto con ellas hoteles boutique. Es como si el arte hubiera levantado su bandera contra el desamparo sufrido en la ciudad. Para entender la dinámica en la que se sumergió el poblado basta con situarse en su Plaza principal, el Jardín Juárez, un espacio blanco y arbolado donde dan ganas de sentarse durante siglos.
En su esquina de siempre todavía subsiste La Fama, ese antiguo comercio decimonónico que ahora es una tienda de muebles, artesanías y ropa. Su dueña, Teresa Martínez, también es la propietaria del hotel-galería Casa Mexicana (Jardín principal 2; teléfono: 01442 293 0014;www.casamexicanahotel.com), el primero en haberse instalado aquí en 1995. Ponchos, sombreros, jarrones de cobre, espejos y candelabros sirven de antesala a cinco habitaciones calladas, perfectas.
Unos pasos más adelante, se encuentra la Galería 6 (Jardín principal 6; teléfono: 01442 293 0200; www.elsecretomexico.com). Entrar significa enfrentarse a piezas de arte, pero también es hallarse en un espacio que se desdobla de a poco. Van surgiendo pequeños jardines, rincones llenos de plantas, una grande jaula sin pájaros, un gato, muchas flores y las tres habitaciones del hotel. El Secreto rindiendo justo tributo a su nombre. Afuera, de regreso en la realidad de la plaza, la gente parece más alegre que al principio. Cae el sol sobre un montoncito de cactáceas arrimadas a una puerta y la arquitectura de la Cantina de Pozos termina por hacerse pensar a cualquiera que este lugar es para quererse.
Una cuadra al noroeste espera el hotel Posada de las Minas (Manuel Doblado 1; teléfono: 01442 293 0213; www.posadadelasminas.com), donde los huéspedes son acogidos por un patio fresco y seis habitaciones gravitando a su alrededor. Pero quizá nada se disfrute tanto como su restaurante y la vista que desde él se tiene: después de las floreadas macetas en primer plano, se levanta sola contra el cielo la cúpula de la Parroquia de San Pedro. Y todo es así estando en Mineral de Pozos, cada rincón que la mirada encuentra tiene el poder de hacerla sonreír. Y se conocen las calles, a los artistas y sus talleres, y la sensación de contento se va acumulando. Así se llega, con el corazón lleno, a la Plaza Zaragoza, la explanada cívica donde se encuentra la Casa de Cultura, y donde a veces se coloca un mercado o sucede una obra de teatro.
EL SEÑOR DE LOS TRABAJOS
A un costado del Jardín Juárez, reclamando su propio espacio, está la Parroquia de San Pedro Apóstol. Su vida comenzó en el siglo XVI y aún conserva el púlpito original, azul y hermoso, salpicado de detalles rojos. Sus paredes están recubiertas de frescos imitando mosaicos, y en el altar principal, por encima de la imagen de San Pedro, se encuentra la del Señor de los Trabajos. Era un Cristo itinerante, sin iglesia, popular entre los mineros, que se quedó quí, porque la gente descubrió su advocación, el trabajo, así que para obtenerlo hay que rezarle.
El Templo del Señor de los Trabajos nunca se completó. Se había proyectado antes de que estallara la Revolución y tanto tiroteo terminó por restarle atención. Aún así queda su estructura vacía, justo enfrente de la Parroquia de San Pedro, al final de la calle Melchor Ocampo. Amedio camino se miran los empecinados muros de lo que alguna vez fue la Hacienda de la Purísima. Y si al salir de la parroquia se toma a la derecha la calle Recreo, se llega a la Alameda, un diminuto parque lleno de sombras y bancas para agradecerlas. Al fondo se encuentra el Puente de la Constitución, y la curiosidad hace aquí lo mismo que en las demás calles de Mineral de Pozos, no permite alejarse sin haberlo visto.