COLONIZACIÓN ESPAÑOLA
De 1601 a 1767, los misioneros jesuitas penetraron la Sierra Tarahumara evangelizando a la mayor parte de los grupos indígenas que la habitaban: chínipas, guazapares, tubares, jovas y por supuesto a los tarahumaras o rarámuris.
Probablemente los primeros europeos que llegaron a las Barrancas del Cobre o Sierra Tarahumara fueron los integrantes de la expedición dirigida por Francisco de Ibarra a Paquimé en el año de 1565, quienes al emprender el regreso a Sinaloa cruzaron por la actual ciudad Madera. Sin embargo, la primera entrada española, de la que hay testimonio escrito, es la de 1589, cuando Gaspar Osorio y sus compañeros llegaron a Chínipas, desde Culiacán.
Las noticias acerca de la existencia de vetas de plata atrajeron a los colonizadores entre 1590 y 1591, un grupo penetró hasta Guazapares; en 1601 el capitán Diego Martínez de Hurdaide organizó una nueva entrada a Chínipas, acompañado del jesuita Pedro Méndes, el primer misionero en trabar contacto con los rarámuri.
El catalán Joan de Font, misionero de los indios tepehuanes del norte de Durango, fue el primer jesuita en entrar a la Sierra Tarahumara por su vertiente oriental y estableció contacto con los tarahumaras alrededor de 1604, al entrar al valle de San Pablo. En esta región fundó la comunidad de San Ignacio y hacia 1608 la de San Pablo (hoy Balleza), que adquirió la categoría de misión en 1640. En esta última se congregaron tarahumaras y tepehuanes, pues la región era límite entre los territorios de ambas étnias.
El padre Font se internó en la Tarahumara siguiendo el pie de la sierra hasta el valle del Papigochi, pero fue muerto en noviembre de 1616 junto con otros siete misioneros, durante una violenta rebelión de los tepehuanes. Para el trabajo pastoral, la sierra fue dividida por los jesuitas en tres grandes campos misionales y cada uno se constituyó en un rectorado: el de La Tarahumara Baja o Antigua; el de la Tarahumara Alta o Nueva y el de Chínipas que llegó a colindar con las misiones de Sinaloa y Sonora.
Fue hasta 1618 que el padre irlandés Michael Wadding arribó a la región desde Conicari en Sinaloa. En 1620 llegó el padre italiano Pier Gian Castani, misionero de San José del Toro, Sinaloa, quien encontró gran disposición entre los indios chínipas. A su regreso en 1622 visitó a los indios guazapares y témoris e hizo entre ellos los primeros bautizos. En 1626, el padre Giulio Pasquale logró establecer la misión de Santa Inés de Chínipas, además de las comunidades de Santa Teresa de Guazapares y Nuestra Señora de Varohíos, la primera entre los indios guazapares y la segunda entre los varohíos.
Hacia 1632 estalla en Nuestra Señora de Varohíos una importante rebelión de indígenas guazapares y varohíos en la que perecen el padre Giuluio Pasquale y el misionero portugués Manuel Martins. En 1643 los jesuitas intentaron regresar a la región de Chínipas, pero los varohíos no lo permitieron; se interrumpió así, y por más de 40 años, la penetración misional en la Sierra Tarahumara por el lado del estado de Sinaloa.
TARAHUMARA BAJA Y ALTA
En 1639 los padres Jerónimo de Figueroa y josé Pascual fundan la Misión de la Tarahumara Baja, lo que dio inicio a la expansión misional en la región Tarahumara. Este importante proyecto se comenzó desde la misión de San Gerónimo de Huejotitán, cercana a la población de Balleza, y establecida desde 1633.
La expansión de esta tarea evangelizadora se llevó a cabo siguiendo los valles del pie de la sierra en su vertiente oriental. En septiembre de 1673, los misioneros José Tardá y Tomás de Guadalajara dan principio a la obra misionera en la zona que llamaron Tarahumara Alta que, a lo largo de casi cien años, logró el establecimiento de la mayor parte de las misiones más importantes de la sierra.
NUEVO ESTABLECIMIENTO DE LA MISIÓN DE CHÍNIPAS
La llegada de nuevos misioneros a Sinaloa, en 1676, dio a los jesuitas el impulso para intentar la reconquista de Chínipas, así que a mediados de ese mismo año los padres Fernando Pécoro y Nicolás Prado reestablecieron la misión de Santa Inés. El hecho inauguró una etapa de crecimiento y se fundaron otras misiones. Hacia el norte exploraron hasta Moris y Batopilillas, y tienen contacto con los indios pimas. Avanzaron hacia el oriente de Chínipas, hasta Cuiteco y Cerocahui.
En 1680 llegó el misionero Juan María de Salvatierra, cuya labor cubrió diez años de la historia local. El trabajo misional continuó hacia el norte y en 1690 fueron erigidas las misiones de El Espíritu Santo de Moris y San José de Batopilillas.
REBELIONES INDÍGENAS
La imposición de la cultura occidental a los grupos indígenas de la sierra, tuvo como respuesta un movimiento de resistencia que se prolongó durante los siglos XVII y XVIII, abarcó casi toda la sierra e interrumpió durante grandes lapsos el avance misional en distintas regiones. Las rebeliones más importantes fueron: en 1616 y 1622, la de los tepehuanes y tarahumaras; los guazapares y los varohíos en 1632 en la región de Chínipas; entre 1648 y 1653 los tarahumaras; en 1689, en los límites con Sonora, los janos, sumas y jócomes; en 1690-91 hubo un levantamiento general de los tarahumaras, el cual se repite de 1696 a 1698; en 1703 el alzamiento en Batopilillas y Guazapares; en 1723 los cocoyomes en la parte sur; por otro lado, los apaches atacaron en la sierra durante toda la segunda mitad del siglo XVIII. Finalmente, con menor intensidad, se sucedieron algunas sublevaciones a lo largo del siglo XIX.
EXPANSIÓN MINERA
El descubrimiento de los recursos minerales serranos fue determinante para la conquista española de la Tarahumara. Al llamado de los metales preciosos acudieron los colonizadores que dieron origen a muchos de los pueblos que siguen existiendo. En 1684 fue descubierto el mineral de Coyachi; Cusihuiriachi en 1688; Urique, en el fondo de la barranca, en 1689; Batopilas en 1707, también en el fondo de otra barranca; Guaynopa en 1728; Uruachi en 1736; Norotal y Almoloya, en 1737; en 1745 San Juan Nepomuceno; Maguarichi en 1748; en 1749 Yori Carichí; en 1750 Topago en Chínipas; en 1760, también en Chínipas, San Agustín; en 1771 San Joaquín de los Arrieros; en 1772 las minas de Dolores; Candameña y Huruapa; Ocampo en 1821; el Pilar de Moris en 1823; Morelos en 1825; en 1835 Guadalupe y Calvo, y muchos otros.
SIGLO XIX Y LA REVOLUCIÓN
Hacia 1824 se formó el Estado de Chihuahua, territorio que participó de los conflictos y las dificultades de nuestro país a lo largo del siglo XIX, así en 1833 la secularización de las misiones trajo como consecuencia el despojo de las tierras comunales de indígenas y con ello el descontento. La lucha entre los liberales y conservadores, que dividió a México durante años, dejó su huella en la sierra al sucederse en ella varios enfrentamientos, principalmente en la región de Guerrero. La guerra contra los Estados Unidos obligó al gobernador del estado a refugiarse en Guadalupe y Calvo. La intervención francesa también alcanzó a la región. Durante este periodo el gobierno estatal encontró refugio en la sierra.
La reelección de Benito Juárez, en 1871 fue el origen del levantamiento armado de Porfirio Díaz quien, con gran apoyo de la gente de la sierra, se encaminó hacia ella desde Sinaloa en 1872 y llegó a guadalupe y Calvo para seguir hasta Parral. En 1876, durante el levantamiento que había de llevarlo al poder, Díaz contó con la simpatía y colaboración de los serranos.
En 1891, ya en plena época porfirista, ocurrió el levantamiento de Tomochi, rebelión que concluyó con la aniquilación total del pueblo. Fue durante esta época que el gobierno impulsó la entrada de capitales extranjeros, principalmente de las áreas minera y forestal; y cuando la concentración de la propiedad de la tierra formó en Chihuahua enormes latifundios que se extendieron hasta la sierra. Los primeros años del siglo XX fueron testigo de la entrada del ferrocarril que llegó hasta las poblaciones de Creel y Madera.
En la revolución de 1910, la Tarahumara fue escenario y partícipe de los hechos que habrían de transformar nuestro país: Francisco Villa y Venustiano Carranza estuvieron en la sierra, cruzándola.